Minions: nace un villano

Crítica de Mex Faliero - Funcinema

LA FÓRMULA DE LA INFELICIDAD

Lo de Minions: Nace un villano es una suerte de vuelta de tuerca retorcidísima que sintetiza un poco el estado de las cosas en la industria del cine actual. No solo es una quinta entrega de una franquicia, algo que a esta altura es sin dudas un detalle menor, sino que además es por un lado una secuela de Minions, la película que era a su vez un spin-off de la saga Mi villano favorito, pero es también una precuela de -precisamente- Mi villano favorito. Si no se entiende nada, disculpen, pero así estamos, cada vez más lejos de que las películas tengan algo que las defina por sí mismas. Entonces, esta es la película puente que termina mostrando cómo los minions labraron su sociedad con el villanísimo Gru. Y es también una curiosidad: si Minions pretendía explotar el éxito de esas criaturas solitarias, el fracaso artístico de la película hizo que la nueva película de los minions sea en verdad la nueva película de Gru, porque los minions solos no sostienen una historia de 90 minutos.

Luego de ese trabalenguas que tuvo forma de primer párrafo de este texto, lo increíble es confirmar que todo ese rizo de producción es lo más interesante de la película. Porque, como decíamos, sintetiza un estado de las cosas, no solo de cómo se hacen las películas sino además de cómo se consumen. Y suponemos que si el éxito comercial sigue acompañando, nada impedirá que una nueva incursión de estos personajes alumbre en los cines dentro de unos años, con una precuela de la continuación del reboot del spin-off. El proceso de simplificación de la exhibición de cine en salas, que se aceleró con la pandemia, ha convertido a ese espacio en una suerte de loop constante de secuelas, reinicios, adaptaciones de materiales preexistentes, en un agotamiento de ideas que por el momento sigue siendo redituable. O tal vez, por eso mismo, sigue siendo redituable, aunque para unos pocos. Cada vez más pocos.

Si el análisis de la película se nos está retobando un poco, es porque en definitiva podemos decir lo mismo de bueno y de malo que ya hemos dicho de las películas anteriores. Salvo la primera, que era sí un sensible cuento sobre la paternidad, a partir de la segunda parte la franquicia se abocó a explotar en mayor o menor medida la gracia de esas criaturas formidables que son los minions. Que aún mantienen el aura de lo imprevisible, aunque ya se han vuelto repetitivos y la diversión surge en cuentagotas. Todo lo que pasa en esta película es una excusa para poner en marcha un dispositivo que va uniendo los puntos de un mapa que es pura pereza. Hay una reconstrucción de época que es nada más que una justificación temporal de la precuela, pero que no aporta nada en términos estéticos o narrativos: esta película se ve en sus trazos y colores igual que la primera entrega. Se podría justificar que el film de Kyle Balda, Brad Ableson y Jonathan del Val apuesta por el sinsentido, pero hasta eso cuenta con reglas invisibles (el caos en el cine, con disimulo, siempre está controlado) y aquí todo luce como un mero amontonamiento de secuencias sin la mayor inventiva. Ni siquiera la explosiva secuencia final, repleta de colores e hipérbole, resulta atractiva, porque aparece más como otro capricho de los guionistas que como una coherente resolución a los conflictos previos.