Mini espías 4 y los ladrones del tiempo

Crítica de Ezequiel Obregon - EscribiendoCine

El mago Rodríguez se quedó sin conejo

Siempre se le reconoció el talento al director de El mariachi (1992) para crear universos de desbordante creatividad. En Mini espías 4 y Los Ladrones del Tiempo (Spy Kids: All the Time in the World, 2011) Robert Rodríguez se queda a mitad de camino. Su nuevo film es una mezcla de recursos ya vistos y escaso desparpajo.

Rebecca (Rowan Blanchard) y Cecil (Mason Cook) son dos niños traviesos, que no terminan de ver con demasiada simpatía a Marissa (Jessica Alba), su madrastra. El padre tampoco los acompaña demasiado, pues en su mente solamente hay espacio para el trabajo. Las cosas se complican cuando descubren que ella es un ex espía que debió “tomarse licencia”, tras ser madre de su pequeña media hermana. Claro que esa complicación es el ingreso a nuevas aventuras, que los tendrán como inexpertos pero efectivos mini espías.

Como ya dijimos, la capacidad de crear universos autónomos repletos de creatividad es una de las “marcas-Rodríguez”, en cuyo cine no es difícil encontrar puentes con la genuina Clase B, esa que entretiene por más berreta que sea. Lamentablemente, en esta oportunidad no hay demasiado espacio para que el relato fluya, el núcleo narrativo (la recuperación de una piedra codiciada por el malvado de turno) va perdiendo peso tras secuencias carentes de gracia, a las que el efecto 3D no le aporta demasiado. Para colmo, el guión está repleto de escatologías que –más allá del mal gusto- son tantas que terminan cansando.

Otro de los problemas del film es su pobre exploración al mundo de los espías, cuya iconicidad trasciende la pantalla y se extiende a series y comics. Los inventos debieran estar para sorprender o, al menos, para introducir en el relato puntos de giro, expectativas, es decir: emoción. Aquí ocurre todo lo contrario, las herramientas (la de nos “buenos”, pero también la de los villanos) están para que los baches argumentales no se noten tanto: todo es tan “posible”, que la intriga queda trunca.

La película encuentra, recién hacia el final, una veta más sensible, cuando el malvado Timekeeper pone sus cartas sobre la mesa. Allí queda en evidencia que el mayor defecto del film radica en no transmitir emociones. Para rencontrarnos con el mejor Robert Rodríguez -el de La balada del pistolero (Desperado, 1995) o Planet Terror (2007); por ejemplo- tendremos que esperar a la siguiente. Y cruzar los dedos.