Milagro de otoño

Crítica de Maximiliano Curcio - Revista Cultural Siete Artes

Faxman es un actor trashumante, un artista titiritero de variedades que aprende el oficio. Como muchos de su condición, recorre diferentes localidades de Argentina con su extravagante espectáculo y a bordo de su antiguo automóvil, cosechando más obstáculos que suerte. Busca recuperar aquel fulgor perdido, busca sanar su alma. El destino lo unirá a Candelaria, quien se convertirá en el amor de su vida. Esta es la noble premisa argumental, a simple vista, del film dirigido por el rosarino Néstor Zapata, director, productor y dramaturgo teatral de amplísima trayectoria en nuestro medio. En 1965 fundó Grupo Arteón, reconocido espacio de arte de la urbe santafesina, coincidiendo con su primera experiencia en el ámbito cinematográfico: el cortometraje experimental «C.65». Más de medio siglo después de aquellos inicios, retorna a su ciudad natal para adaptar un cuento de propia autoría, rodado entre 2018 y 2019. Esperanzadora y entrañable, elige cierto sabor nostálgico para traernos la esencia autóctona de una ciudad de Rosario que resiste a la avasallante modernidad, ambientando el relato en los años ‘60. No es la única lucha contra el tiempo que escenifica “Milagro de Otoño”. También lo es la pugna eterna del hombre contra el irreversible transcurrir de los años. Temáticas universales como el amor, la soledad, las pérdidas afectivas y la finitud son recreadas bajo matices alegóricos. En la piel del buscavidas ilusionista de encuentra el también rosarino Luis Machín, quien vuelve a colaborar con Zapata luego de hacerlo, décadas atrás, para la obra de teatro “Malvinas, canto al sentimiento de un Pueblo”. La persecución de íntimos sueños, la fe denodada y el deseo de un próximo reencuentro dimensiona una historia que echa mano del elemento fantástico para dialogar entre líneas paralelas: el sentimiento excede el plano físico.