Mil veces buenas noches

Crítica de Gustavo Castagna - Tiempo Argentino

Por una causa justa y bienpensante

El film de Poppe conjuga aspectos públicos y privados de un personaje en situaciones límite en Kabul y otros sitios de riesgo.

Rebecca es reportera y fotógrafa de guerra, está casada, tiene dos hijas y debe decidir su futuro entre los riesgos de su profesión y el refugio que le propone el retoño familiar. Contada así y a través de una breve sinopsis, el argumento de Mil veces buenas noches resuena como políticamente correcto, verista y a un paso de los lugares comunes en esta clase de películas. En realidad, el film del cineasta nórdico Eric Poppe (el mismo del drama familiar Aguas profundas, estrenada hace tres años) apunta a eso: conjugar los aspectos públicos y privados de un personaje viviendo situaciones límite en Kabul y en otros paisajes bélicos en contraste con sus responsabilidades como madre y esposa. Nada nuevo bajo las balas y bombas que caen en los territorios en conflicto, adonde Rebecca va una y otra vez, también acompañada en una ocasión por su hija mayor, tal vez con el propósito de que ella conozca otro mundo, lejos de la protección familiar y de una hermosa casa cerca del mar.
Las decisiones formales de carácter bien pensante del director, subrayadas por su ciclotímico personaje central, no tienen otro propósito que estimular una historia de objetivos humanistas, trazada con diálogos cursis y un uso de la luz que poca relación tiene con un argumento de fuerte intensidad donde la muerte se convierte en protagonista.
Curiosidades de un film menor: las mejores secuencias son la primera y la última, es decir, menos de media hora donde impera el suspenso y el horror de la guerra con una bomba a punto de estallar y una niña que se convertirá en mártir arropada con explosivos atados a su cuerpo mientras se ora por el destino de su alma. En ambas escenas, la mirada de Rebecca, que oscila entre la sorpresa y el cumplimiento del deber, representa los objetivos de una película que apunta a la "lección de vida" y a un registro fílmico que parece concebido por la ONU. Juliette Binoche, por su parte, sostiene con su actuación la crueldad y la emoción de esas escenas, acaso los únicos puntos valiosos de una película construida a través de burdos recursos que atenúan sus más que transparentes intenciones.