Midsommar

Crítica de Tomás Ruiz - EL LADO G

Ari Aster demuestra en su segunda película que su estilo inmersivo de terror llegó para quedarse y diseña una experiencia sensorial que va mucho más allá de lo que se puede ver en pantalla.

Ari Aster es uno de los nombres que más revuelo cinéfilo ha causado en los últimos años gracias al trabajo que realizó al dirigir y escribir Hereditary (2017), su ópera prima en la que el enfoque tan particular que le dio a una historia de terror arrasó con la crítica, con la mayor parte del público e incluso con la opinión de sus colegas; Algo muy similar con lo que paso con Jordan Peele y Get Out (2017). Dos años después de aquel primer vistazo que se pudo tener de la cabeza, un poco perturbada, de Aster llega Midsommar para demostrar que no siempre el miedo tiene que ver con la oscuridad, sino que el día puede ser mucho más tenebroso de lo que pensamos.

En esta pesadilla diurna, veremos a Dani (Florence Pugh) y a un grupo de amigos de su novio Christian (Jack Reynor) viajar hasta un pueblo recóndito de Suecia para estudiar una festividad que se da cada 90 años en una comunidad bastante alejada de cualquier otro pueblo, al que la tecnología parecería no haber llegado y al que la noche apenas asoma debido a estar en pleno solsticio de verano. Allí empezarán a notar que las costumbres de esta comunidad son un tanto particulares y cuando logren darse cuenta de que las cosas decantan de la peor manera ya les será demasiado tarde para escapar.

Ari Aster ha logrado diseñar una obra maestra del terror sensorial y la vara que él mismo había dejado muy arriba luego de Hereditary la ha alzado aún más. Esta película no puede tomarse como una película de terror clásica, lejos está de serlo y de hecho le quedaría chica esa denominación, está obra confirma todo lo que Aster prometía en su largometraje anterior y en algunos de sus cortos en donde no sólo importa que es lo que se ve en pantalla sino todo el contexto y lo que envuelve a los protagonistas y a las situaciones. En esta oportunidad el guion juega con el espectador, al igual que a los protagonistas, y lo desafía a ver hasta cuando aguanta los eventos que de llevan a cabo. Todo esta “tortura” narrativa que por momentos se hace medio pesada, está perfectamente acompañada con una fotografía alucinante en donde cada plano podría ser un cuadro y con una banda sonora que utiliza música instrumental con violines, contrabajos e instrumentos de cuerdas primordialmente que ayudan a generar un ambiente en el que en cualquier momento puede pasar realmente cualquier cosa. Estas últimas dos características son las columnas en donde la obra de Aster se sostiene y una vez que sus bases son bien establecidas, las situaciones que se suceden toman una fuerza que no se ve seguido. Al mismo tiempo, ya con dos largometrajes en el lomo, se pueden vislumbrar algunos fetiches que tiene el director ya que algunas situaciones de la trama parecen extraídas de su cinta anterior y algunas características en puntos determinados se repiten de una manera bastante clara.

En cuestiones actorales Florence Pugh (Fighting with My Family, 2019) es la gran sorpresa de la película y brinda una actuación impresionante de la cuál posiblemente se hable durante mucho tiempo. Con un trasfondo de personaje muy duro y un destino aún más duro, cada mirada demuestra desazón, tristeza y enojo incluso cuando en postura ella está de otro modo. Por supuesto que después tiene que desdoblarse para adaptarse al género y la verdad es que pareciera haberse dedicado desde siempre al horror. Otro de los grandes valores que otorga el filme es Jack Reynor quién en un rol más secundario que Pugh, logra su cometido de una manera satisfactoria y convincente. El resto del elenco tiene tres piezas fundamentales pero que solo cumplen la función de acompañar y son William Jackson (The Good Place), Vilhelm Blomgren y Will Poulter (Black Mirror: Bandersnatch), éste último cumple las veces también de comic relief y le otorga las dosis necesarias de relajación para que el relato no termine sofocando al espectador.

Midsommar es una de esas películas que van mucho más allá del terror convencional, acá la experiencia jugará un factor fundamental ya que la cinta busca ser mucho más que un buen montaje o scare jumps efectistas. Las sensaciones que cada espectador vaya a tener serán fundamentales para poder concretar una experiencia de horror totalmente inmersiva que hará retorcerse de incomodidad hasta al espectador más valiente. Ojalá Ari Aster ya este diagramando su próxima pesadilla, porque su carrera sólo va en ascenso.