Mía

Crítica de Gustavo Castagna - Tiempo Argentino

Mundo trans: una historia de amor

La opera prima de Javier Van de Couter cuenta con las actuaciones de Rodrigo de la Serna, la pequeña Maite Lanata (El Elegido) y una gran Camila Sosa Villada. Pero el guión derrapa como si fuera un culebrón de los años ochenta.

Todo tiene que ver con el azar. Al principio se ve cómo la travesti Ale (Villada), cartonera de ley, trabaja en la calle buscando restos para sobrevivir. Al escarbar en la Argentina lumpen descubre el diario de una tal Mía, que acaba de dejar viudo a su esposo y huérfana a Julia, la pequeña hija.
De ahí en más el azar narra la vida de Ale, junto a sus compañeras, que subsisten como pueden en la villa miseria La Aldea Rosa, y en montaje paralelo, algunas alternativas de vida entre papá Manuel (De la Serna) y su hija (Maite Lanata, la nenita mete miedo de El Elegido). Al tratarse de una “historia de vida”, de carácter aleccionador y con un fuerte aterrizaje coyuntural (el mundo trans y sus correspondientes dosis de discriminación, intolerancia y varios etcéteras), la cinta converge a la posibilidad de que Ale, bondadosa y peleadora, se transforme en la madre sustituta de la púber Julia.
Bienvenido entonces, el contundente alegato que propone Mía, una película que no esconde su objetivo de terminar con las hipocresías y miserabilismos de quienes no comprenden el aspecto humano del mundo trans. Pero el cine, en cuanto a cómo se exponen los materiales, es otra cosa. Y en ese punto una película como Mía, aferrada a la fuerza de su argumento, derrapa en casi todo su desarrollo. Van de Couter elige el camino más didáctico para contar su historia, construida como si se tratara de un culebrón latinoamericano de los años ’80, con sus correspondientes personajes buenos y malos y una proliferación de diálogos que sentencian en más de una ocasión, a través de verdades absolutas, subrayadas y, por momentos, hasta tan apolilladas que pueden ocasionar el efecto opuesto al deseado por el director y su equipo de trabajo.
Todo suena redundante, forzado, inverosímil (las razzias policiales, las “cumbres” trans en la villa, las canciones que aparecen en los momentos menos imaginados, las borracheras de Manuel, los diálogos “muy humanos” entre Ale y Julia). Construcción dramática de guión que viene acompañada por una estética digna de un institucional sobre el tema trans y una excedida banda de sonido a cargo de ese buen músico que es Iván Wyszogrod. En medio de semejantes decisiones estéticas, la composición de Camila Sosa Villada tiene algunos momentos de placentera convivencia con el cine.