Mi Führer

Crítica de Leonardo M. D’Espósito - Crítica Digital

Hitler ni siquiera causa risas

Satirizar a Hitler no es una mala idea. Después de todo, la complejidad del personaje es suficiente como para que se lo pueda abordar desde diferentes lugares y el humor no es necesariamente una mala elección a priori. Sin embargo, para que un film sobre alguien tan liminar y peligroso –en todo sentido– tenga fuerza es necesaria, en primer lugar, la efectividad. Seamos claros: si no nos reímos en este caso, no hay reflexión posible. No alcanza con la incorrección política ni con el gesto riesgoso para que un film llegue a buen término. Tal es el mayor pecado de Mi Führer, comedia del suizo Dani Levy.

El film narra cómo un Hitler totalmente idiota y pueril, con la guerra casi perdida, toma clases de actuación para convencer a su país de llevar la guerra hasta las últimas consecuencias. Su profesor es un hombre sacado por el propio Goebbels de un campo de concentración. El asunto, así visto, parece al mismo tiempo riesgoso y atractivo; el film, sin embargo, elude con éxito tanto el riesgo como la posibilidad de sentirse atraído por lo que narra o –lo que es peor– por cómo lo narra.

El mayor problema es que el film carece de auténtica comicidad. Lo más interesante de Hitler es que no era un extraterrestre ni una marioneta, sino un ser humano. La caracterización que Levy pone en la pantalla no sólo elude toda comprensión del personaje, sino que lo destruye desde el primer trazo. En los años 40, los grandes caricaturistas que hacían animación en Warner Bros. supieron reírse del líder alemán; esos dibujos –eminentemente satíricos desde el propio diseño– salen ganando en humanidad cuando se los compara con la idea de Hitler que Levy pone en pantalla. El efecto final, desgraciadamente, es de enorme distancia y de desinterés. Algo peligroso, ya que al negarle cualquier rasgo de humanidad (incluso negativa) al personaje a través de una burla no razonada, su irrealidad –y, por lo tanto, su imposibilidad– se imponen. Este film, al banalizarlo, niega la existencia del mal: es, apenas, un largo sketch televisivo con la comicidad de las peores comedias argentinas.