MEN: Terror en las sombras

Crítica de Emiliano Fernández - Metacultura

En bandos siempre opuestos

Luego de inspirar con novelas y/ o escribir los guiones de diversas películas para terceros, como por ejemplo Nunca me Abandones (Never Let Me Go, 2010), de Mark Romanek, Dredd (2012), de Pete Travis, y sus tres colaboraciones con Danny Boyle, léase La Playa (The Beach, 2000), Exterminio (28 Days Later, 2002) y Sunshine: Alerta Solar (Sunshine, 2007), Alex Garland comenzó su carrera como director con dos realizaciones magistrales, Ex Machina (2014), reformulación de Frankenstein o el Moderno Prometeo (Frankenstein or the Modern Prometheus, 1818), la genial novela gótica de Mary Shelley, en clave de inteligencia artificial modelo ginoide y de thriller de ciencia ficción de entorno cerrado, y Aniquilación (Annihilation, 2018), propuesta mainstream ya bastante más ambiciosa que retomaba la fantasía existencialista de Picnic Extraterrestre (Piknik na Obochine, 1977), de los hermanos Arkadi y Borís Strugatski, y su adaptación cinematográfica Stalker (1979), del tan amado como odiado Andréi Tarkovski, y el horror cósmico y freak de El Color que Cayó del Cielo (The Colour Out of Space, 1927), un clásico dentro del rubro de los relatos cortos de H.P. Lovecraft, y con una asimismo interesante serie televisiva para FX on Hulu, Devs (2020), otro thriller misterioso sobre inteligencia artificial y creadores psicopáticos aunque en este caso explorando también las prácticas mafiosas del capitalismo, los delirios ególatras de los popes de Silicon Valley y en general los conceptos antagónicos de libre albedrío y determinismo completamente predecible, tanto en términos del pasado como de un futuro cercano. El tercer largometraje del escritor y realizador londinense, Hombres (Men, 2022), es quizás el menos satisfactorio a nivel cualitativo aunque ello no quita que resulte en paralelo una experiencia en verdad fascinante por su insólito sustrato polémico, dando mucha tela para cortar en materia de posibles planteos discursivos asociados, y por el dejo ambiguo marca registrada de Garland, sin duda alguna uno de sus recursos favoritos.

Apelando a un minimalismo absoluto de impronta bien campestre que en un principio nos engaña acercándonos a lo que parece ser la coyuntura habitual del terror folklórico, lo que se desdibuja de a poco porque Hombres no funciona como una exégesis posmoderna de joyas de antaño como El Hombre de Mimbre (The Wicker Man, 1973), de Robin Hardy, Sangre en la Garra de Satán (The Blood on Satan’s Claw, 1971), opus de Piers Haggard, y Cuando Arden las Brujas (Witchfinder General, 1968), de Michael Reeves, ni tampoco como una reinterpretación de lo ofrecido recientemente por La Bruja (The Witch: A New-England Folktale, 2015), de Robert Eggers, y Apóstol (Apostle, 2018), de Gareth Evans, el británico en esta ocasión nos presenta la historia de Harper Marlowe (Jessie Buckley), una mujer que tuvo una fuerte discusión con su marido, James (Paapa Essiedu), en función del divorcio de ambos y de una angustia compartida que venía siendo arrastrada desde lejos, con el hombre pretendiendo reconstruir la relación y acusándola de ser una egoísta que se autovictimiza y con la mujer rechazándolo por abuso psicológico e inestabilidad emocional, panorama que deriva en un golpe en el rostro de Harper, la expulsión del varón del hogar y una caída del susodicho desde las alturas del edificio en cuestión que pudo ser accidental, producto de la intención de volver a entrar desde el balcón, o quizás no, lo que implicaría un suicidio que James ya le había anticipado si seguía con la idea del divorcio. Después de alquilarle una casona bucólica a un tal Geoffrey (Rory Kinnear), en plan vacacional que ayude a sobrellevar tamaña tragedia, la viuda comienza a ser acechada y/ o maltratada por una serie de hombres que tienen el rostro del propietario de la mansión, como un sujeto desnudo bastante bizarro, un muchacho agresivo con una máscara de una “rubia fatal” que quiere jugar a las escondidas, un clérigo que insinúa que ella tiene la culpa de la muerte de su esposo y hasta un policía que detuvo al supuesto acosador sin ropa y después lo dejó ir.

Se podría afirmar que la propuesta posee a lo lejos algo de la manipulación fetichizada de Alex Ross Perry y Charlie McDowell, otro tanto de inclinaciones experimentales símil Ben Wheatley y Jonathan Glazer y hasta una buena dosis de vanguardia de vieja cepa del cuerpo y la dimensión retórica/ formal a lo David Cronenberg, Peter Greenaway y Nicolas Roeg, sin embargo el film descubre su propio camino para bombardearnos con iconografía bíblica (sobre todo el árbol de las manzanas y la aparente ingenuidad inicial del acosador), etérea (son excelentes la fotografía de Rob Hardy y la banda sonora de Ben Salisbury y Geoff Barrow de Portishead, socios de siempre de Garland), macabra (el cadáver del ciervo como un arcano indescifrable), natural tenebrosa (el loquito desnudo y su look muy trabajado a lo criatura o elfo del bosque), erótica malsana (la escena de las flores en el aire semejante al diente de león que ingresan en el cuerpo de Harper por su boca como espermatozoides para hipnotizarla, situación sensual que se desvanece cuando el sujeto sin ropa pretende sujetarle la mano con fuerza a través del orificio de las cartas de la puerta y ella le clava un cuchillo para defenderse), lovecraftiana (cuerpos conectados a otros cuerpos y yendo mucho más allá de un simple embarazo, detalles que por cierto nada tienen que envidiar a las lecturas de la obra del mítico escritor encaradas por gente como Stuart Gordon o Dan O’Bannon), cinematográfica clasicista (el intento de violación por parte del religioso o la presencia por celular de una amiga que exagera su apoyo, esa farsesca Riley en la piel de Gayle Rankin) y psicológica tremebunda o directamente alucinatoria/ psicodélica (el “semblante universal” con la apariencia de Geoffrey, la reproducción del tobillo fracturado y la mano izquierda dividida de James -a raíz de la caída hacia el vacío- en cada varón y desde ya la constante metamorfosis/ eclosión del desenlace de todos los personajes masculinos en el mismo ser como si se tratase de diferentes personalidades de una única psiquis enferma o atribulada).

Por supuesto que Hombres no es perfecta porque padece de desniveles narrativos y varios baches propios de toda odisea experimental de índole bastante caótica, no obstante el gran desempeño de Buckley, Kinnear y Essiedu sostiene de manera muy precisa la ambición temática de fondo, pensemos en este sentido que la película analiza el acoso, la violencia doméstica, el ninguneo institucional, el aislamiento, la solidaridad por género sexual, la toxicidad misándrica y misógina, el divorcio, la demencia, el cariño desorbitado, el dolor luego de una debacle íntima y sobre todo las diferentes idiosincrasias de hombres y mujeres a nivel cotidiano o patético mundano, los primeros ponderando su libertad y a posteriori arrepintiéndose de conductas individualistas y las segundas buscando el compromiso idílico de la contraparte para terminar frustrándose ante la imposibilidad de mantener en el tiempo un proyecto en común de la tesitura que sea, desde tener sexo o criar un niño hasta pagar un préstamo, charlar de intereses compartidos o apenas pasear un fin de semana. Lo mejor de la perspectiva ambivalente de Garland es que deja la pelota a disposición del espectador para que haga lo que quiera con ella, por ello mismo una lectura feminista de esta faena se concentrará en la violencia sexista, una machista en la paranoia oportunista de esas mujeres que lastiman, una mística en la alegoría bíblica de Adán y Eva, una belicista en la batalla de los sexos símil atracción que muta en lucha por un rol dominante en la pareja y finalmente una árida nihilista de pretensiones objetivas en el retrato de los hombres como agresivos y caprichosos y de las féminas como desvalidas y asimismo antojadizas, enfatizando que más allá de la cultura de cada sociedad existe un mandato biológico denigrante representado por el cuerpo de cada uno, uno más grande y fuerte y el otro más pequeño y débil. El film del amigo Alex pincha donde tiene que pinchar porque sabe que estos bandos siempre opuestos pueden entablar acuerdos transitorios aunque nunca serán del todo equiparables entre sí…