Megamente

Crítica de Roger Koza - La Voz del Interior

Un villano con dos almas

Quienes sigan atentamente los dibujos animados (y las películas de superhéroes) de los últimos 20 años, podrán verificar que a excepción de varias películas salidas de los estudios Pixar y Ghibli, la New Age es la ideología dominante de los relatos.

Megamente no es una excepción. Aquí, los guionistas Alan Schoolcraft y Brent Simons imaginaron al villano Megamente y al superhéroe Metro Man, los dos seres extraterrestres, como el Yin y el Yang de su historia: ambos se necesitan, se complementan, incluso hasta se postulará que del bien puede surgir el mal y viceversa. En efecto, se trata de taoísmo para superhéroes, una idea poco compleja, aunque la explotación del concepto a lo largo del filme puede confundir un poco a los destinatarios masivos de este producto, incluso si se trata de un niño Megamind de 12 años llamado Kouichi.

Con reminiscencias de Superman y Mi villano favorito , dos niños del espacio exterior son enviados por sus progenitores a la Tierra mientras su planeta de origen se destruye. Uno de ellos aterrizará en la casa de una familia rica, el otro caerá en una cárcel. Uno será el bueno, el otro el malo; uno podrá volar y será físicamente vigoroso, el otro podrá inventar tecnologías poderosas. Ambos serán narcisistas y tendrán un supuesto destino, aunque Megamente apostará por una idea moderna: el destino no se recibe y se obedece sino que se forja y se elige.

La ciudad terrícola se parece a Nueva York, y en un tiempo impreciso Megamente y Metro Man se enfrentan sin cesar, hasta que en un momento, inesperadamente, el villano derrotará para siempre al superhéroe.

La ciudad quedará desprotegida, y Megamente se convertirá en un malvado sumido en el tedio. El mal sin el bien no funciona, y así Megamente buscará crear un nuevo superhéroe, Titán, un camarógrafo supuestamente bonachón que tendrá los genes de Metro Man. Los resultados no serán los deseados. Y así, el villano, inspirado en parte por amor a una reportera, habrá de devenir en su opuesto.

No es azaroso que la película concluya con un homenaje a Michael Jackson, que parecía un ser venido de otro planeta. Megamente, como Jackson, encarna la intersección de la inocencia y la vileza, y si bien no es un símil de ese Peter Pan demoníaco que cambió los beats del pop, sí representa el conflicto interno que definió tanto la existencia del cantante como define la vida imaginaria de esta especie de ET azulado. Por eso suena Bad, todos bailan y la ciudad ha recuperado su orden.