Megalodón

Crítica de Emiliano Fernández - Metacultura

Statham contra el tiburón prehistórico

Uno de los berretines más recurrentes del cine de terror especializado en monstruos pasa por los pobres tiburones, otra de las tantas especies que tienen la mala fortuna de convivir en el mismo planeta con el ser humano, sin duda el engendro más peligroso y nocivo de la fauna y flora globales: el rubro ha tenido recientemente exponentes bastante interesantes como Mar Abierto (Open Water, 2003), The Reef (2010), Miedo Profundo (The Shallows, 2016) y A 47 Metros (47 Meters Down, 2017), todos trabajos dignos dentro de la iconografía paradigmática de los escualos ridículamente homicidas. Hoy Megalodón (The Meg, 2018) se suma al lote sin alcanzar del todo la eficacia de aquellas aunque asimismo evitando caer en el terreno de los productos indigeribles, lo que genera una obra a mitad de camino entre la locura exploitation y el acervo pomposo actual de un mainstream aséptico.

La película en sí combina una premisa extraída del horror, la susodicha centrada en una criatura que gusta de los apetitosos humanos, un contexto de aventuras old school, en línea con las exploraciones y los descubrimientos que resultan mortíferos, y una estructura formal muy deudora del cine de acción bobalicón de la década del 80, el enmarcado en una ristra de one liners, momentos remanidos y un júbilo simplón que en términos prácticos se desentiende de cualquier atisbo de discurso serio sobre lo que sea. Amén de todo lo anterior, el film tranquilamente puede resumirse en la fórmula “Jason Statham contra el tiburón gigantesco prehistórico del título”, circunstancia que le agrega sinceridad a la faena y la vuelca al campo de una amigable clase B con los esteroides que los presupuestos inflados del Hollywood más voluminoso -y su mega andanada de CGI- suele proporcionar.

Aquí el asunto pasa por el hallazgo de una “bóveda” submarina y del escualo de turno por parte de unos científicos de una plataforma de investigación, quienes quedan atrapados a merced del primitivo animal y por ello resulta necesario llamar a Jonas Taylor (Statham), algo así como un especialista en misiones de rescate en las profundidades oceánicas que a su vez acarrea un pasado bien trágico debido a una operación de salvamento que salió mal y terminó con la vida de sus compañeros (detalle estereotipado infaltable, sin trauma no hay héroe que valga…). En otra de esas jugadas impagables del guión, su ex esposa está entre los cautivos del mar y -por supuesto- el temita se desmadra rápidamente porque el megalodón escapa del lecho donde habitaba feliz cortesía de la maldita intervención de los hombres, y así comienza una cacería más o menos sanguinaria que abarca toda la historia.

El problema fundamental del producto -el cual también es el inconveniente central del cine de nuestros días- se condensa en el hecho de que en su pretensión de construir una epopeya para el cúmulo de los públicos posibles, termina cayendo en una medianía insípida que deja a todos con sabor a poco: el que busque gore y un sustrato trash símil la maravillosa Piraña (Piranha 3D, 2010) descubrirá un opus demasiado conservador, aquel lelo que pretenda chistecitos light en un entorno de pocas luces puede que no le convenza del todo el devenir semi circunspecto general, y el espectador que desee ver una de esas cataratas actuales de animación mezclada con live action se encontrará con una propuesta que respeta a rajatabla el formato clasicista de Tiburón (Jaws, 1975) sin mayores novedades. Los puntos fuertes pasan por la ausencia de esas insoportables introducciones de personajes (como si a alguien le importasen los seres humanos en films de esta clase) y un fluir retórico ameno que aprovecha a Jason “El Transportador” Statham como un héroe algo sensible/ cazatiburones improvisado (acompañan un pelotón de secundarios correctos que saben condimentar el desarrollo, hasta con un interés romántico proveniente de China por las necesidades que impone la coproducción). Tan absurda y repleta de clichés como simpática y medianamente satisfactoria, Megalodón es un claro ejemplo de cómo el tono narrativo neutro continúa echando a perder oportunidades como la presente, la cual se hubiese beneficiado mucho de una profundización de la faceta trash del convite y de un realizador más talentoso que el anodino Jon Turteltaub, otro arquetipo de estos asalariados impersonales de hoy en día…