Mecánica popular

Crítica de Rolando Gallego - El Espectador Avezado

Película con una propuesta casi teatral, filmada con una precisión que asombra y que permite rápidamente la conexión con la locura de cada uno de los personajes protagonistas, “Mecánica Popular” (Argentina, 2015) es la vuelta al cine nacional de Alejandro Agresti.
Para esta oportunidad, el director decidió, contar una historia que en realidad encierra muchas otras, y que en la aparente superficialidad de la propuesta, termina, por un mecanismo de engranaje, de configurar un espacio en el que la interacción entre el trío central y las variaciones entre ellos.
Silvia (Marina Glezer/Romina Richi) es una joven escritora que intentará a toda costa ser publicada por uno de los editores más importantes del país (Alejandro Awada). Para lograr captar su atención, la mujer irrumpirá una noche de esas en las que sólo los valientes se animan a adentrarse, y tras vulnerar al seguridad del edificio (Patricio Contreras) ingresará en la oficina con su manuscrito.
El momento será el preciso instante en el que el editor intentara terminar con su vida, por lo que la recepción de ésta, además de sorpresiva, será inesperada ya que nunca imaginó que nadie llegara para coartarle esa decisión personalísima en la que se vio envuelto.
Agresti maneja esa primera etapa del filme de manera contemplativa, la cámara acompaña y demuestra, esconde y vela, la verdadera intención con la que luego se desencadenará la inmensa tragedia de Silvia en la editorial.
Una segunda instancia, en la que las constantes interrupciones del portero (Contreras) sumará tensión en varios momentos, terminará por hablar de temas que en realidad configurarán el background con el cual Agresti intenta justificar acciones y decisiones del trío protagónico.
La elección de confundir a Silvia con otra que bien podría ser la ex mujer del editor o con el mismo personaje, escindido por el tiempo más que por la clara concepción de ser dos mujeres diferentes, además, aportan a la dinámica entre los protagonistas, un halo de misterio en el cual el espectador se verá envuelto para tratar de dilucidar acerca de qué es aquello que realmente acontece en la pantalla y qué es una suposición.
No hay posibilidad de escaparse a la propuesta de “Mecánica Popular”, una película que en apariencia quiere reflexionar sobre las relaciones, la capacidad creativa, los vínculos, el conocimiento, y la calle como escuela, pero que también mira hacia el pasado en la dolorosa contraparte del portero, aquel hombre que busca en sus viejas revistas respuestas a un presente con ausencia s y para las que las definiciones aportadas son tan sólo excusas para su vida.
“Mecánica Popular” tiene una segunda instancia dramática violenta, en la que la precisión con la que Agresti ubica la cámara es única, logrando una empatía con lo que acontece más que con las sensaciones que se disparan, las que, inevitablemente, conducen a un espacio cercano a los protagonistas.