Me perdí hace una semana

Crítica de Ezequiel Obregon - EscribiendoCine

Buscando mi interpretación

En su nuevo film, el joven y prolífico director Iván Fund aborda los límites entre realidad y representación y se interpela sobre la ontología del cine. Me perdí hace una semana (2012) es una película que desconcertará a más de un espectador.

Iván Fund no teme experimentar. Más bien lo contrario: con cada película da la sensación de que teme a lo convencional, lo rechaza. Los labios (2010, co-dirigida con Santiago Loza), en ese sentido, es hasta la fecha su experimento más convincente; conceptual pero a la vez subyugante. En su nuevo film vuelve al cada vez más tenso (y por lo tanto, interesante) límite entre la ficción y el documental. La idea de “registro” se desestabiliza: ¿qué es lo que se representa? En consecuencia: ¿cuál es el texto y cuál es la glosa? Librada a la materialidad de los actos, su película se torna un juego entre aquello que los actores/personajes hacen y la posibilidad de que estén sintiendo, más allá del lugar que ocupen.

Esos seres que conforman el relato son cuatro: una pareja de jóvenes que están por separarse (aparentemente, los actores que los encarnan atraviesan el mismo estado), una policía, y un tarotista gay que ostenta el mayor histrionismo en el film, y que busca –sin mucha suerte- a su perrito perdido. Los cuatro viven en el mismo barrio, y conforman el universo que Fund explora y que en algunas secuencias complementa con voces en off de los mismos intérpretes.

Más que hermética, Me perdí hace una semana es una película enigmática. Y eso no es un problema, sino –a priori- una virtud. Lo que desconcierta es la intrascendencia de algunas secuencias que se extienden en demasía, y que más que complementarias a la premisa del film terminan siendo disruptivas: cuesta encontrarles un sentido. Menos arbitraria es la decisión de yuxtaponer imágenes de objetos o locaciones en medio del discurrir reflexivo de los actores.

Una propuesta que implica a un espectador no sólo activo, sino capaz de concretar una operación asociativa similar a la que hacen los propios intérpretes en torno a lo real y a lo ficcional (aún sin que sepamos bien cuál es cuál). Se trata de preguntarse, una vez más, sobre la trascendencia del cine en un mundo plagado de actos intrascendentes.