Mauro

Crítica de Javier Porta Fouz - La Nación

Dinero, secretos y falsificaciones

Hay estrenos con muchas copias, con muchos horarios, en todo el país, como será el caso de Relatos salvajes, la semana que viene. Hoy, a las 22, en el Malba, será el turno de otra película que también forma parte de lo más atractivo del cine argentino de 2014: Mauro, de Hernán Rosselli. En un horario por semana, en una sala, la película argentina considerada la mayor sorpresa argentina del último Bafici -en donde ganó el premio Fipresci y el premio especial del jurado- buscará público como para ganar más semanas, más horarios, quizá más salas.

Mauro es la historia del discreto Mauro, que es "pasador". Es decir, alguien que compra cosas para pasar billetes falsos. También están Marcela y Luis. Ella está embarazada de pocas semanas. Luis y Mauro instalan un pequeño taller de serigrafía para falsificar billetes. Mauro conoce a Paula en un bar. Hay más personajes y todo un mundo desplegado alrededor de ellos, un mundo con su propia lógica, sus diálogos, sus jerarquías.

A diferencia de El dinero, la magistral última película de Robert Bresson que ponía el centro de la tragedia en un billete falso y su circulación, en la ópera prima de Rosselli la actividad con los billetes es un contexto laboral, una actividad que sirve de fondo -significativo- para la vida de los personajes. Y de sus diálogos. Una de las claves del Nuevo Cine Argentino de los ?90 fue preocuparse porque el habla de los personajes tuviera su lógica, que podía ser un artificio consciente (Rapado, de Martín Rejtman) o un intento de plasmar el habla cotidiana (el cine de Perrone, Pizza, birra, faso, de Caetano-Stagnaro; Mundo grúa, de Pablo Trapero). Mauro imprime verdad en sus diálogos. Es una película hablada, conscientemente hablada, una película cuyos elementos se notan pulidos, decantados.

Cuenta su director: "Mauro fue un proceso que duró cuatro años. El primer año hice la investigación y compré los equipos, mientras ensayaba con Mauro Martínez, que fue el motor del proyecto. Escribí un monólogo bastante largo que ensayábamos una y otra vez. En el texto contaba algunas experiencias personales y algunas historias relacionadas con el sexo y el deseo. Lo filmamos una y otra vez en bares, plazas. De paso yo mismo ensayaba la puesta de cámara, la fotografía y la toma de sonido. Después se sumaron Santiago Hadida, como socio, ayudándome en el sonido y la producción. Y Juliana Risso, José Pablo Suárez y Victoria Bustamante. Los ensayos con ellos fueron más fluidos, porque, después de un año de trabajo, Mauro Martínez ya encarnaba el registro y el tono que yo quería para la película. A partir de ahí fuimos filmando y editando en simultáneo. Casi no hubo períodos de preproducción, producción y posproducción, fue todo un mismo proceso. No es que improvisáramos mucho. Hay escenas, de algún modo más nucleares, que parten de un texto muy trabajado y escenas a partir de pautas más débiles. Había un guión tradicional de 120 páginas que escribí durante el primer año de ensayos, pero que boicoteamos todo el tiempo. Siempre estaba más dispuesto a filmar cualquier idea, por más simple y tonta (o quizá por eso, mejor) que surgiera en el momento del rodaje, con los objetos y las situaciones del lugar, que lo que había escrito en mi casa solo. Desde el principio estaba esta idea de la narración elíptica, una cierta idea de madurez narrativa, que se lleva por delante al espectador en términos de información".

Rosselli -que anota que para Mauro tuvo como referencia el cine francés de los 70, el de Pialat, Eustache, Garrel, Doillon: un cine desencantado y fundamental- se anima a dotar al trajinado realismo del cine argentino de variaciones, de intimidad creíble, de música, de súper 8. De recursos que se integran en una narrativa que fluye sin ripios, con una puesta en escena y un montaje conscientes, reflexivos, que hacen de esta película uno de los grandes estrenos argentinos del año, aunque se exhiba sólo una vez por semana.