Más allá de la vida

Crítica de Santiago García - Leer Cine

EL MÁS ACÁ

Hereafter (Más allá de la vida, en la versión local) es la nueva película de Clint Eastwood, un director que, como los protagonistas de esta película, es leal a sus inquietudes sin especular con la forma en que éstas sean recibidas por el público y la crítica.

La escena inicial de Más allá de la vida es posiblemente la mejor escena de este 2011 que recién empieza y, aunque seguramente será olvidada por la acumulación de estrenos durante el correr del año, difícilmente sea superada. La maestría de una escena terrible, gigantesca, narrada como no creo que pueda hacerlo ningún otro director actual. Clint Eastwood establece con claridad y en pocos minutos que estamos frente a una película cuya estética clásica y sobria acompañará la trama. ¿Es posible filmar una catástrofe de forma sobria? Quienes hemos visto mucho cine catástrofe podemos afirmar que nadie ha podido hasta ahora hacer lo que Eastwood hace aquí: impactar y emocionar con un material que a priori suele entregarse para el disparate estético. Sin música inicial, y siguiendo a uno de los tres protagonistas del film, Eastwood se da el lujo de hacer que la escena sea melancólica. Y esa misma melancolía será la que acompañe a los personajes principales durante el transcurso de toda la historia. Ser un buen director no es más que eso: establecer un juego, una estética y un tono en una película a través de las imágenes, con pura narración. Si el guión difiere de otras estructuras de la filmografía de Eastwood, la forma narrativa no.

Hereafter toca un tema que ha servido para lograr grandes films del género fantástico, pero que produce desconfianza en los films dramáticos. Una de las características de un gran maestro es la de tocar estos temas y salir más que airoso. De hecho, el film de Clint Eastwood es tan poco parecido a cualquier otro que se haya hecho sobre el tema que no queda duda alguna de que éste es apenas el punto de partida y no el fin en sí mismo. Deberíamos poder estar más allá -no de la vida-, sino de las lecturas superficiales, para comprender que estamos frente a uno de los films más finos y emocionantes de la carrera del director. Porque hay algo que sí está claro, y es que ésta es una película con un contenido emocional importante. Hereafter necesita el tema de la vida después de la muerte y del contacto entre vivos y muertos para que el director explore lo que realmente le interesa. Y de lo que la película habla no es del mundo de los muertos, de los fantasmas ni nada de ningún otro tema místico. Más allá de la vida trata del más acá, de la vida de los que estamos aquí, de las conductas, las decisiones, los dolores y las angustias de los vivos. A la inesperadamente melancólica escena inicial, le sigue una serie de situaciones donde los tres personajes principales – George (Matt Damon, un psíquico norteamericano, Marie (Cécile De France) una periodista y escritora francesa y Marcus (Frankie McLaren) un niñez inglés- habitan en un mundo de soledad. El norteamericano se ha recluido, se ha convertido en un ermitaño porque su talento es su maldición –algo que ya hemos visto en otros personajes de Eastwood, desde Los imperdonables hasta Million Dollar Baby. La periodista tiene el mundo a sus pies, pero una experiencia cambia su sensibilidad y queda aislada de ese entorno que tanto la veneraba (así como podrían sentirse los admiradores de Eastwood frente a este film, alejados). Y el niño se ha encontrado con la soledad al perder a su hermano mellizo, con quien la vida le otorgaba una simetría que ya no está (la foto de ambos lo muestra). Para cada uno la muerte tiene un significado distinto, pero los tres quedan unidos por ser diferentes a los demás. Y la película trata de su vida cotidiana, no del otro lado. El más allá que Eastwood muestra es notablemente simple, incompleto, falto de información. Eastwood no imagina que los muertos protegen a los vivos ni mucho menos. En el único momento –emocionante, por cierto- en que esto parece ocurrir, luego es desmentido. Los muertos se niegan a velar por los vivos. “Dejen en paz a los muertos”, parece decir el film, “vivan sus vidas y olvídense del más allá”. Incluso es posible que éste sea uno de los films menos religiosos del director. Eso se debe a que, justamente, al tocar un tema cercano a la religión, Eastwood prefiere enfatizar que el tema es otro, y deja a la religión y la espiritualidad bien lejos del asunto. De la misma forma que sus films religiosos no excluían lecturas no religiosas, acá se da el caso a la inversa. Tampoco es un film anti religioso, sólo se subraya que el tema de la película no tiene que ver con eso.

Otro hallazgo del film es la manera en la que Eastwood habla sobre la coherencia y reflexiona sobre el camino, no solo del individuo en general, sino del artista en particular. Incluso la publicidad que aparece en el film, en realidad, es ironizada en su falta de lealtad hacía el personaje de Marie. Hay sin duda, como ya mencionamos, algo de Eastwood en ese personaje que prefiere escribir un libro “poco serio” en lugar de concentrarse en la escritura segura –para una periodista de éxito- de una biografía de un político popular. La sensibilidad de una persona y la experiencia de vida condicionan sus vínculos y sus decisiones. Las escenas en las que Matt Damon comienza una relación con su compañera de las clases de cocina son impecables y, sin embargo, la distancia entre ambos se abre como un abismo, y deben separarse violentamente en uno de los momentos más negros y angustiantes del film. Porque si bien hay espacios de encuentros y reencuentros, la mirada del mundo sigue siendo oscura y perturbadora, como habitualmente lo es en el director. En esta etapa de su carrera, y desde sus primeros films, los vínculos humanos son la única forma de felicidad. Desde El fugitivo Josey Wales a Jinetes del espacio, desde Interludio de amor a Los puentes de Madison, Eastwood propone esas conexiones, de pareja o de grupo, que son el único refugio en un mundo gris o directamente atroz. Fue Claudia la que curó de todos sus males al malvado William Munny, protagonista de Los imperdonables. Uno imagina que la maldición que acosa a George, cesa cuando encuentra a esa persona que cura sus fantasmas y sus miedos. Un momento sublime es cuando George fantasea –no es ni una premonición ni un sexto sentido, es un deseo- el beso con Marie. El mundo de los vivos es todo lo que le importa a Eastwood, al menos en este film.

Narrador brillante, Eastwood filma diferentes ciudades con una belleza abrumadora y, como lo dijo siempre Alfred Hitchcock, ubica cada ciudad con sus edificaciones más reconocidas. Para quienes no son conocedores de estos lugares, ésta es una manera muy inteligente y pragmática de no perder el tiempo con confusiones inútiles. Si Eastwood fuera confuso, tal vez estaría más de moda. Por suerte, como el mencionado Hitchcock, prefiere el cine a la moda. Agradecerá el espectador esto, como así también una visita a la casa museo de Dickens y la lectura de algunos pasajes del extraordinario escritor. Si acaso Dickens fue el modelo que tomó David W. Griffith (padre del lenguaje cinematográfico) para darle estructura al cine en sus primeros años, es una hermosa casualidad que Dickens aparezca aquí como pasión de uno de los personajes protagónicos del más grande narrador clásico del cine actual.