Marguerite

Crítica de Denise Pieniazek - A Sala Llena

Sin talento para cantar, con talento para conmover.

Marguerite (2015), inspirada en hechos reales, narra la historia de una baronesa cuyo sueño era ser cantante de ópera. Como amante de la música, ella destina todo su tiempo a ensayar incansablemente. Debido al poder que posee por su status social, organiza conciertos a beneficio en los que canta para su entorno; el conflicto está en que nadie se atreve a decirle a Marguerite Dumont que carece de talento. Este film dirigido por Xavier Giannoli (conocido por Quand j’étais Chanteur, À l’origine y Les Corps Impatients; largometrajes en los cuales se destaca la música, ya sea a nivel del tópico central o de la banda sonora) posee imágenes realmente bellas, con escenografías y vestuarios dignos de ser apreciados mediante sus poéticos encuadres. A diferencia de la mayoría de las películas, en vez de comenzar con un plano general que nos sitúa en tiempo y espacio, ésta comienza con un plano medio, lo cual puede interpretarse como un gesto transgresor de su director.

Marguerite se presenta al comienzo del relato como un enigma, como un mito, aún no ha sido mostrada y sin embargo esperamos la llegada de una mujer a la que accedemos mediante sus retratos, en los cuales está caracterizada con vestuarios exóticos. Lo único que sabemos de ella al comienzo es que cantará. Después de la misteriosa espera, la protagonista aparece con un vestuario que nos sitúa en Francia en los años 20, la oímos cantar y ahí comprendemos por qué su marido demora adrede su llegada al evento: ella desafina terriblemente. Su desatino terminará produciendo comicidad no sólo en los espectadores dentro de la diégesis, sino también en nosotros. Es pertinente destacar el maravilloso trabajo de interpretación a nivel vocal y expresivo de la actriz Catherine Frot, quien logra tanto hacernos reír como conmovernos con la ternura de su personaje.

Esta película está dividida en cinco capítulos, los cuales evidencian el recorrido y la formación de nuestra heroína, en palabras de su protagonista: “me llevó tiempo encontrar mi voz”. La pasión y dulzura de Marguerite son tales que nadie podrá decirle que no. Aunque no posee talento para el canto, logrará que los demás se encariñen y compadezcan de ella, manteniendo así su fantasía ya que comprenden su pasión por la ópera. Es pertinente que nos preguntemos entonces si mantener su fantasía será perjudicial o no para ella; ya que Marguerite pronuncia las siguientes palabras: “la música es todo para mí, es eso o volverme loca”. Este film no sólo habla de la pasión y la frustración, sino también de los roles socialmente impuestos. En un contexto social marcado por las vanguardias artísticas y los nuevos movimientos políticos como el anarquismo, el rol pasivo de las mujeres será cuestionado, lo cual se evidencia en personajes emprendedores con deseos propios como el de Marguerite y su alter ego Françoise. Su marido la ve como un “monstruo”, ya no tolera oírla cantar pero tampoco quiere que se aboque a ninguna actividad, lo cual refuerza lo mencionado anteriormente, acentuado gracias a una relación intertextual con la ópera Pagliacci (la cual se centra en un actor celoso, capaz de matar a su esposa).

En este relato la cámara fotográfica dentro de la diégesis cobrará un significado primordial, ya que la necesidad de expresión artística no aparece solo encarnada en la figura de Marguerite sino también en la de su sirviente Madelbos. Éste será un personaje clave en la narración ya que incentiva la pasión de la protagonista, y a su vez la de él mismo: la fotografía. Madelbos le tomará retratos con los excéntricos vestuarios de ópera, mediante los cuales creará su propio relato a través de las imágenes. Este personaje develará un costado siniestro, puesto que al comienzo es quien la protege, sin embargo su constante mirada -acentuada por el plano detalle de su ojo a través de la lente de la cámara- resultará inquietante, hasta finalmente desencadenar la tragedia.