Manchester junto al mar

Crítica de Diego Batlle - La Nación

Tras otra tragedia, un hombre roto encuentra una razón para seguir viviendo

Con apenas tres películas en 16 años, a Kenneth Lonergan le alcanza para ser uno de los mejores guionistas y directores a la hora de abordar cuestiones extremas como la muerte y la culpa. Tanto Puedes contar conmigo como Margaret y ahora Manchester junto al mar exponen tragedias que cambian para siempre las vidas de personajes que alguna vez estuvieron conectados con sentimientos bellos y positivos, pero que luego de determinados imprevistos (enfermedades, accidentes, errores) se ven obligados a lidiar con los peores traumas y fantasmas interiores.

Lo que hace del cine de Lonergan algo completamente opuesto al melodrama sentimental y afecto al golpe bajo son su sutileza como escritor, su austeridad y pudor a la hora de exponer la intimidad herida de sus criaturas (sin por eso escudarse, reprimirse o resultar timorato), su talento como narrador (es un maestro de la puesta en escena) y su capacidad para la dirección de actores (la de Casey Affleck es una de las mejores interpretaciones en mucho tiempo y los personajes secundarios también se lucen en diversos momentos).

Es probable que muchos espectadores tengan ciertas resistencias y estén ya algo agotados frente a historias que traten a pura solemnidad el dolor, la tristeza, la nostalgia y la ausencia, pero hay que advertirles que pocas veces como en Manchester junto al mar se alcanzan una intensidad emocional y destellos de humor a partir de recursos nobles como los que consigue Lonergan.