Malambo, el hombre bueno

Crítica de Eduardo Elechiguerra Rodríguez - A Sala Llena

“No es bueno acostumbrarse al dolor”

Malambo, un hombre bueno es un recorrido cíclico por la vida de Gaspar Jofre, un malambista que entrena sus pasos de la danza sureña. El protagonista comparte el tiempo con su excéntrico compañero de habitación, su terapeuta (a la que acude para apaciguar dolores corporales) y otros personajes que le añaden una sencillez valiosa a este proceso de formación en la rutina del artista.

El documental está dividido por capítulos. Estos enmarcan la búsqueda del triunfo de Gaspar mientras despliegan un relato que parece de otra época (por la fotografía en blanco y negro, por una voz que emana nostalgia). Lo que termina haciendo esta voz es brindarle intimidad a la mirada de Gaspar. Así conocemos su silencio, su tranquilidad y su perseverancia más allá de los obstáculos del ego y del cuerpo.

“Tengo un alma buena pero espinosa”

Sabemos muy bien que no hay peor obstáculo que los que nos imponemos nosotros mismos. Podría ser un slogan de psicología barata, pero es algo comprobable a diario y que el documental aprovecha, manifestando el paso de la práctica a la enseñanza. Como expresa la película al comienzo, todo malambista pasa por un recorrido de exigencias y entrenamientos que definen su vida posterior al campeonato. Su futuro depende de un proceso exhaustivo de esfuerzo por mejorar los movimientos de su cuerpo, así como de acallar los dolores producidos por el baile.

De a ratos esta danza parece un deporte y no un arte, cosa que también ocurre en otras disciplinas artísticas. El cuerpo debe entrenarse, y tanto Gaspar como Santiago Loza, el director, hacen hincapié en ello. Basta con recordar esa larga escena de entrenamiento y danza acompañada por la música de Zypce, que acentúa la tensión de lo que se avecina.

“Soy sensible al dolor de los otros”

En otros momentos, Malambo, un hombre bueno parece una leyenda que narra la pesadilla competitiva de Gaspar mientras lo vemos dormir. A Loza poco le importan los límites entre ficción y realidad; ambas interactúan. En otro documental, no habría cabida para un narrador tan poético, mucho menos para diálogos como los de Gaspar con la terapeuta. Pero dicho atrevimiento es lo que hace tan fascinante la búsqueda de Loza y Gaspar.

Al final, el film da cuenta de cómo la experiencia con el dolor se convierte en un arte para domar las inquietudes del alma. Más que informar sobre el malambo, Loza hurga en el corazón cansado del malambista, señalando su verdadero triunfo artístico: crear con (y a pesar de) su cuerpo.

La película, que participó en la sección Panoramas del reciente Festival de Berlín, puede ser vista en la sala Lugones y en el MALBA.