Madres perfectas

Crítica de Gustavo Castagna - Tiempo Argentino

Diosas y dioses en el Olimpo

Un paisaje paradisíaco de Australia, dos madres atractivas que pasaron los 40 (una viuda, la otra con el esposo de viaje) y un par de jóvenes Adonis surfistas y vástagos de ambas, son los indicadores temáticos de la historia que narra Anne Fontaine en su primera incursión en las borrascosas aguas de la coproducción. En realidad, Lil (Watts) y Roz (Wright) se conocen hace tiempo, dirigen una galería de arte, toman sol, miran fotos y observan con interés a sus hijos, que han crecido.
La previsible trama llevará a que cada una tenga relaciones con el vástago de la otra y surjan preguntas y afirmaciones que parecen sacadas de una revista femenina de hace 40 años. "Cruzamos la línea", dice una de ellas, mientras disfrutan de su comodidad risqué entremezclada con confesiones de diván entre ola y ola y salida y caída del sol. Pero la trama avanza y surgen complicaciones, no vaya a ser que el mito de Electra triunfe en medio de esos imponentes lofts, ya que algunas chicas empiezan a dar vueltas alrededor de los novios de las mamás/amigas. Madres perfectas parte de un pretexto de cine porno para convertirse en una lección moral entre llantos, alguna rendición de cuentas y conjeturas en voz alta entre moco y moco. Pero no va más allá de otro (mal) ejemplo de cine le petit bourgeoisie, elección donde Fontaine parece sentirse cómoda entre cierto instinto provocador y una más que transparente inclinación por cerrar la película con mensajes invadidos por una moralina excesiva y tranquilizadora.
Watts y Wright, bellísimas ambas, hacen lo que pueden en este cuentito supuestamente transgresor.