Madres perfectas

Crítica de Emiliano Fernández - A Sala Llena

Deseo y culpa en el Olimpo.

Puede resultar hilarante pero lo cierto es que Madres Perfectas (Adore, 2013) es el típico proyecto al que actores y actrices veteranos no accederían a menos que pudiesen “comerse” a una contrafigura de la mitad de su edad, quizás no tanto por la exacerbación de circunstancias relativamente incómodas sino por el eje mismo del convite, nada más y nada menos que los numerosos corolarios del paso del tiempo. Sin lugar a dudas estamos ante la realización más interesante de Anne Fontaine, una directora que ya probó suerte en el terreno de la “provocación sutil” con las desparejas Coco antes de Chanel (Coco avant Chanel, 2009), La Chica de Mónaco (La Fille de Monaco, 2008) y Nathalie X (2003).

Nuevamente los factores más sugestivos del film residen en la estructura que plantea el guión del talentoso Christopher Hampton, a partir de la novela de Doris Lessing, y en la espontaneidad con la que cohesiona los diferentes capítulos del relato: la historia comienza con una premisa extraída del cine porno de referencias incestuosas, continúa como un drama teatral/ “de probeta” vinculado a la aceptación de una situación extrema y su rompecabezas agravado, y finalmente cierra con la inflexión de una tragedia romántica de contraposiciones generacionales. Aquí el pretendido naturalismo no lo es tanto, en este caso tenemos un extrañamiento entre abstracto y distante, aunque siempre de tono humanista.

Lil (Naomi Watts) y Roz (Robin Wright) son dos amigas íntimas de toda la vida que habitan en un pueblito paradisíaco de la costa australiana. Hoy por hoy en la madurez, ambas son propietarias de una galería de arte y encabezan familias que podemos considerar “exitosas”, no obstante su vitalidad ha mermado de manera dispar: mientras que la primera aún arrastra el dolor por la muerte de su esposo, la segunda se ve en el dilema de consentir o esquivar la propuesta de su marido Harold (Ben Mendelsohn) de mudarse a Sídney por motivos laborales. Ahora bien, todo sería “normal” si no fuera por el romance que cada una comienza con el hijo único de la otra, esos dos muchachitos carilindos de apenas 20 años.

Más allá del excelente desempeño de Watts y Wright, sumado al de los jóvenes intérpretes (Xavier Samuel y James Frecheville), el film funciona según una dialéctica atávica orientada a reformular esquemas mitológicos, en esta oportunidad bajo el tamiz de un “amarillo” brillante y omnipresente (playa, sol, cabellos, cuerpos, etc.). Si bien un tanto conservadora al momento de la configuración de las escenas de sexo, la obra se sostiene en un devenir erótico ambicioso, con múltiples flashforwards, y en un retrato volátil de los adonis de turno, esos catalizadores del enroque edípico. La psicología de las protagonistas deambula por un Olimpo terrenal que se debate entre el deseo urgente y la culpa parcial…