Madagascar 3: Los fugitivos

Crítica de Diego Batlle - La Nación

En 2005, los vimos escapándose del zoológico del Central Park de Manhattan. Tres años más tarde, las aventuras fueron en plena jungla africana. Ahora, en esta tercera entrega de la exitosa saga animada, es tiempo de que el león Alex (Ben Stiller), la cebra Marty (Chris Rock), la jirafa Melman (David Schwimmer) y la hipopótamo Gloria (Jada Pinkett Smith) -acompañados como siempre por pingüinos, lémures y otros simpáticos animales- pisen tierra europea. El marketing y la diversidad geográfica así lo exigen.

La larga, vistosa y adrenalínica secuencia inicial no deja dudas respecto de lo que propondrá el film en sus 93 minutos: los protagonistas desembarcan en la distinguida Costa Azul y a los pocos segundos generan un enorme caos en el mismísimo Casino de Mónaco y en las calles de Montecarlo, esta vez perseguidos por la despiadada policía Chantel DuBois (Frances McDormand).

Lo que sigue es un recorrido a puro vértigo por distintas ciudades de Europa (Roma y Londres incluidas) con nuestros antihéroes sumados a una compañía de circo ambulante. En este terreno, las escenas sobre la pista regalan un virtuoso despliegue de corte surrealista de movimientos, formas y colores que se ubica entre lo mejor de la propuesta.

En esta saga -así como el resto de las apuestas de la productora DreamWorks- el eje está puesto en el ritmo (de la acción, de la música), en el gag verbal (gana mucho ver la versión original subtitulada para apreciar el talento de las estrellas que prestan sus voces) y en la belleza indiscutible, en la perfección de su animación. No hay aquí demasiado tiempo y espacio para la contemplación, la sensibilidad, la audacia y el lirismo de esa rara avis que es el estudio Pixar. Sin embargo, con su fórmula y con sus recursos (que no son pocos), este tercer episodio de Madagascar logra lo que busca y, seguramente, satisfará las exigencias de sus millones de fans.