Macbeth

Crítica de Rolando Gallego - El Espectador Avezado

Nada más que confirmar aquello que ya sabemos sobre William Shakespeare y su inmensa obra. Cada vez que el cine vuelve a revisitar sus clásicas historias la pantalla explota con traiciones, pasiones épicas, vínculos imborrables y la tragedia en el sentido aristotélico que tanto atrapa.
En el caso de “Macbeth” (2015) segundo filme de Justin Kurzel con Michael Fassbender como Macbeth y Marion Cotillard como su esposa, dato que no es menor, ya que la elección de los protagonistas también define el tono de la propuesta.
Ambos actores han logrado en los últimos cinco años imponerse a fuerza de grandes producciones y mientras Fassbender posee una carrera con algunos títulos, la suerte de la francesa es otra con más de 40 títulos en su haber y una colaboración con filmografías de varios países luego de salir de su territorio al ser mundialmente conocida tras “La vida en Rosa”.
Kurzel decide iniciar el periplo de traición y sangre de Macbeth con una introducción al mejor estilo “Star Wars” a partir de la incorporación de títulos que suben por la pantalla en rojo y posicionan la acción.
El lugar seleccionado es el campo de batalla en el que un alicaído ejército comandado por él logra derrotar al traidor Cawdor. Antes, y en un profundo silencio, asistimos al impactante funeral del hijo de Macbeth, apenas un bebé de meses al que le cumplen todos los ritos para lograr que vaya al más allá en paz.
Y con esa escena dolorosa Kurzel comienza a planear el tono en el que la ambición y la traición de Macbeth ganará por sobre la razón y la honestidad, y así este guerrero intentará a fuerza de engaños y muerte cumplir con profecías de grandeza asesinando al rey y coronándose a sí mismo como el único líder de la región.
Sin consenso, y siendo sospechado por todos, Macbeth deberá avanzar en su carrera por mantenerse en el trono aniquilando a todos aquellos que conocen realmente su naturaleza y saben, más allá de su mujer, sus planes sangrientos y siniestros.
Kurzel decide apoyar su impronta con ralentíes y una paleta de colores sombríos que potencian la atmósfera lúgubre que comienza a teñir los verdes prados de Escocia y los marrones de piedra y mármol entre los que pasa sus días.
La ambición comienza a roer la vida de Macbeth llegando al punto de la locura obligándolo a realizar cada vez más actos impunes, hasta el punto que su mujer comienza a cuestionarse el estar al lado de él.
La composición de las escenas, el cuidado de la textura con la que se plasma la historia, los colores elegidos y los diálogos que refuerzan aquello que Shakespeare con maestría y una pluma precisa pudo crear, son potenciados por la solvencia de Fassbender y Cotillard y el elenco que lo secundan, que aceptan jugar al juego que Kurzel les propone, y no sólo cumplen con las reglas impuestas, sino que redoblan la apuesta y dejan todo en la pantalla.