Macbeth

Crítica de Benjamín Harguindey - EscribiendoCine

Lleno de ruido y furia

Hay una regla que nadie escribió pero todos observan a la hora de llevar a William Shakespeare al cine, y es que el director es libre de inventar excursos poéticos y rellenar las elipsis narrativas – siempre y cuando se abstenga de escribir nuevo diálogo, porque no hay quien pueda mejorar las palabras del Bardo. Así es como Macbeth (2015), del australiano Justin Kurzel, arranca con cinco minutos de silencio mientras vemos cosas que no existen o no se muestran en el texto original: la muerte del hijo de Macbeth y la batalla en la que derrota al traidor Cawdor.

La historia se ha contado y vuelto a contar por más de 400 años. Un noble guerrero se deja engatusar por profecías de grandeza e increpado por su esposa decide encargarse personalmente de que se cumplan, asesinando a su rey y coronándose a sí mismo. Mata para preservar la corona, y luego vuelve a matar; cree iluso que llegará el día en que deba dejar de matar para sostener la corona. Corroído por la culpa y la paranoia, termina cayendo víctima de las mismas profecías que en su arrogancia creía haber dominado.

El cine ha visto docenas de adaptaciones de esta trama: la versión clásica de Orson Welles de 1948, la versión japonesa de Akira Kurosawa de 1957, la versión macabra de Roman Polanski de 1971, la versión moderna de Geoffrey Wright de 2006, por enumerar las más conocidas. ¿Qué trae de nuevo la versión de Kurzel? ¿Qué la destaca?

Si algo distingue esta película de las demás – o de producciones teatrales, para el caso – es la cinematografía, la cual mama indiscriminadamente los mecanismos del cine de súper acción estilo La ciudad del pecado (2005) y los films de Zack Snyder y Guy Ritchie. En el caso de la batalla inicial, por ejemplo, la cámara acelera y desacelera, congelando la acción en momentos de poses espectaculares y esplendor sanguinario. La puesta en escena es de un naturalismo precioso y llama la atención la iluminación con la que se la ha plasmado, desde los haces de luz que pintan los interiores del castillo de Dunsinane hasta el rojo carmesí que tiñe el duelo final entre las sombras marionetescas de Macbeth y Macduff.

La película se para en algún lado entre la narración clásica del relato y sus interpretaciones más oscuras. A la que más se parece es a la versión de Roman Polanski, comparación que no le hace ningún favor. Comparten el mismo final – contrario a la intención de William Shakespeare – al sugerir que la justicia no ha prevalecido sobre la maldad, sino que hemos asistido a una iteración más de un ciclo de usurpaciones trágicas. Donde difieren es que la versión de Polanski es irredimiblemente pesimista y mucho más cruenta, mientras que Kurzel ofrece una versión más melancólica y acaramelada, con un Macbeth que da lástima (de ahí el niño muerto, el cual justifica la insensibilidad del personaje y le enfrenta a la recta paternidad de Duncan, Banquo y Macduff – ¿ha muerto la honradez de Macbeth con su hijo?).

Macbeth es humanizado, pero no se vuelve un personaje simpático. Michael Fassbender le interpreta con un patetismo enfermizo, al punto de que se da pena a sí mismo. Cuando dice sonriente “mi mente está llena de escorpiones” es como si se estuviera diagnosticando con una terrible enfermedad. Marion Cotillard interpreta a su esposa con un poco más de circunspección; su encarnación es más comedida de lo usual y menos interesante. ¿Qué motiva a estas personas? No queda claro. El resto del elenco es excelente: se destacan el buenazo de Paddy Considine como Banquo, David Thewlis como Duncan y Sean Harris como el colérico Macduff.

Kurzel ha ensamblado una adaptación digna de “la obra escocesa”, pero mucho menos poderosa de lo que la suma de sus componentes sugiere. El intento de reinterpretar ciertos elementos de la trama – con amplias licencias de reescritura, imágenes y montaje – parece quedar dentro del reino de lo experimental, sin terminar de formar una idea definitiva sobre la historia que se está contando. No se siente lo que se dice una visión autoral o distintiva. ¿Se habrá inspirado Kurzel en las últimas líneas de la obra? Su película “es un cuento contado por un idiota, lleno de ruido y furia, que no significa nada”.