Luz de luna

Crítica de Guillermo Colantonio - CineramaPlus+

En una entrevista concedida para el diario del Festival, el director francés Oliver Assayas, invitado al evento donde se proyectan algunos de sus filmes, expresa lo siguiente: “Estoy muy aburrido del indie rock, no tenés ni idea. Se ha convertido en muzak. Está en todas las películas. En la película más estúpida tenés alguna banda de moda para darle brillo indie.” Podría decirse que Moonlight brilla por su espíritu indie y que algo de lo que se ve está impregnado con algunos signos viciados que marca Assayas, sin embargo, eso no quita que contenga puntos interesantes. Para expresarlo concretamente, se trata de una historia fuerte que tiene como protagonista a un joven afroamericano inmerso en un duro contexto tanto familiar como social. Dividida en tres partes según va creciendo, el filme explora las dificultades para desarrollar su identidad sexual y vencer los obstáculos de una vida hostil. Hay un equilibrio logrado entre ciertos mecanismos reparadores propios del cine mainstream y una potencia visual y emotiva que no necesariamente cae en los lugares comunes. Un ejemplo de cine indie digerible (y no es un reproche necesariamente sino un estado de la cuestión, en todo caso, que atraviesa gran parte de lo que vemos en las competencias de los festivales y hace posible que el público no se divorcie de las pantallas).

El marco genérico que adopta Jenkins es el de los relatos de aprendizaje y para ello conjuga dos niveles muy bien ensamblados: el social (las arduas condiciones de vida de un niño al que le toca vivir en la hostilidad tanto escolar como familiar) y el privado (su identidad sexual, el hecho de tener que lidiar con aceptar ser gay en un contexto denigrante). Lo que singulariza la mirada del director es su acercamiento poético, envolvente, donde los hechos no son atrapados por una rigurosa cronología. Se trata más bien de tres momentos en la vida de un personaje narrados con elipsis inteligentes y subtramas que se resuelven sin perder de vista al protagonista y a su cerrado universo emocional. Chirón se llama y le dicen “pequeño”. En medio de una persecución en la que huye de tres compañeros del colegio, refugiado en un antro de adictos conoce un dealer que lo adopta prácticamente. De ese modo, el niño alterna entre su fatídico hogar cuya madre es drogadicta y el cariño de Juan, su protector. Claro está nada será fácil ni la bondad llega para quedarse cuando la vida es particularmente dura y entonces Jenkins deja traslucir ciertas tesis sociológica fundada en la repetición cuando aborda la adultez del protagonista, sin embargo, guarda su mejor carta en una secuencia final, íntima y conmovedora.

Pese a los subrayados emocionales y a esa música indie que remarcáramos en el comienzo de esta reseña, Moonlight es un acto de amor con tintes autobiográficos, consagrado a un personaje sin la urgencia de arrojarlo al pantano de las miserias para siempre.

Por Guillermo Colantonio
@guillermocolant