Lucy

Crítica de Gustavo Castagna - Tiempo Argentino

Una mula convertida en superpoderosa

Scarlett Johansson interpreta a la heroína de este film de Luc Besson que sufre la violenta transformación en una joven con varias aptitudes sobrenaturales. Morgan Freeman será el especialista encargado de este curioso caso.

Hace 20 años Luc Besson estuvo por Argentina difundiendo El perfecto asesino, aquel policial con el imperturbable Jean Reno y la adolescente Natalie Portman. En sus expresiones, el director deseaba conocer el mundo Hollywood, sus películas de acción y las superproducciones de ese entonces. De más está decir que lo copió muy bien si se recuerda la pirotecnia visual hinchada de presuntuosidad temática que rondaban las imágenes de Juana de Arco y El quinto elemento, dos obras del realizador ya metidas de lleno en un sistema de producción de millones de dólares invertidos. Luego vendrían otros títulos –uno peor que el otro– hasta que se llega a Lucy, con una estrella internacional como intérprete principal, que se convirtió en un éxito de taquilla y hasta inauguró el Festival de Cannes en mayo último. Algo debe andar mal, por lo tanto, si Luc Besson es tomado como referente de un cine industrial que complace las arcas de su país y las boleterías de todo el mundo.
La historia de Lucy (Scarlett Johansson, claro), cuenta sobre el violento cambio de una chica utilizada como mula que, por múltiples motivos, se convierte en una superheroína con aptitudes varias que van de la telepatía a la telequinesis y del amplio dominio sobre la tecnología hasta un auntocontrol sensorial que sorprende a propios y extraños. La primera sorprendida es ella misma, ya que una poderosa droga sintética se expande por su cuerpo, en tanto, otro de los azorados por tal cambio resulta ser el personaje que encarna Morgan Freeman, un experto en el tema, que profiere una serie de conferencias expresando cuestiones (de manera seria) que provocan el efecto contrario. En realidad, Lucy vampiriza el cine de John Woo, a los referentes del cine oriental que aun no pasó por Hollywood, lo mejor de Tarantino y hasta a la heroína del videojuego cinematográfico Tomb Raider. Más aun, la presencia de Choi Min-sik, el actor de Old Boy y Sympathy for Lady Vengeance corrobora los guiños cinéfilos de Besson, un adolescente de más de 50 años imposiblitado de hacer otra cosa que no sea una versión nueva siglo de su Nikita (1990) apelando a intertítulos redundantes, efectos CGI de última generación y fragmentos documentales.
En cuanto a la vampirización de referentes anteriores, no está mal que Lucy recurra a ellos con exceso y delectación. El problema es que su acotada trama siempre pierde en la comparación, agregando un plus que caracteriza a la obra del director: su manía por ubicarse en una zona difusa entre la levedad y la solemnidad que termina siendo perjudicial para las historias. Eso es Lucy y el cine de Besson: un triunfo rotundo de la hibridez.