Lucy

Crítica de Emiliano Fernández - A Sala Llena

El juego de la sinapsis.

Muy lejos ha quedado el período más interesante de la carrera de Luc Besson, aquel primer lustro de la década de los 90, y hoy debemos resignarnos a propuestas correctas que incluyen chispazos aislados de genialidad, detalles que ponen de manifiesto su inventiva. La trayectoria del francés, desde su regreso a la dirección con la noble Angel-A (2005), fue y sigue siendo un subibaja en el que ese primer mojón del “segundo capítulo” permanece firme en la punta del ranking junto a La Fuerza del Amor (The Lady, 2011), en especial considerando la merma cualitativa de la trilogía de Arthur, Les Aventures Extraordinaires d'Adèle Blanc-Sec (2010) y la sinceramente bizarra Familia Peligrosa (The Family, 2013).

Ahora bien, un signo de adultez es el andamiaje autoreferencial al que echa mano en Lucy (2014): aquí tenemos una heroína que experimenta una transformación en sintonía con la de su homóloga de Nikita (1990), hay un contexto de ciencia ficción entre metafísica y enajenada símil El Quinto Elemento (The Fifth Element, 1997), y finalmente nos topamos con un villano desalmado que remite al personaje de Gary Oldman de El Perfecto Asesino (Léon, 1994), interpretado por el inmenso Choi Min-sik, protagonista de las maravillosas Old Boy (Oldeuboi, 2003), Sympathy for Lady Vengeance (Chinjeolhan geumjassi, 2005), I Saw the Devil (Akmareul boatda, 2010) y New World (Sin-se-gae, 2013), entre otras joyas.

Scarlett Johansson es la encargada de ponerse en la piel de la señorita del título, una joven que pasa de entregar inocentemente un maletín en nombre de su pareja a ser secuestrada y obligada a servir de “mula” con una bolsa de una nueva droga sintética introducida en su abdomen. Por supuesto que la golpean, la susodicha CPH4 se disemina por su cuerpo y Lucy termina adquiriendo capacidades de lo más variadas (telepatía, autocontrol sensorial, precognición, telequinesis, dominio sobre los dispositivos eléctricos, etc.). El film resulta algo derivativo pero por lo menos saca provecho de su condición de mejunje genérico, con elementos de la fantasía existencialista, el thriller de acción y la parodia de los superhéroes.

De hecho, Besson relaja la “seriedad” del convite y sus disquisiciones acerca de la frontera del desarrollo cerebral con intertítulos e inserts documentales y de CGI que subrayan la ironía de escenas concretas o ilustran un análisis que comienza con los juegos de conocimiento que facilitan la sinapsis y el binomio “inmortalidad/ reproducción” para luego desembocar en el determinismo del tiempo y las limitaciones de la síntesis perceptual humana. Mención aparte merece Johansson, una de las pocas actrices contemporáneas -a la par de Eva Green- cuya belleza se equipara a su talento y carisma, factores centrales al momento de mantener el interés y esperar el siguiente giro de una obra amena y delirante…