Lucky

Crítica de Emiliano Fernández - Metacultura

Inquietudes otoñales

Considerando la insoportable obsesión del cine contemporáneo con la juventud y una algarabía infantiloide que rápidamente resultan anodinas por su marco conceptual por demás redundante, manipulador y poco imaginativo, siempre es bienvenida una película como Lucky (2017), una obra honesta y entrañable que se suma a la vertiente del séptimo arte centrada en los relatos de personas mayores que entran en crisis de repente, ya sea por un problema de salud o un llamado de atención de su círculo íntimo, y así paulatinamente comienzan a plantearse cómo reaccionar ante lo que podríamos definir como la sombra de la parca, por lo general desencadenando algo de depresión, una metamorfosis ideológica, aislamiento, un despertar espiritual y/ o la necesidad de eliminar cargas emocionales del pasado y de dejar de asignarle tanta importancia a la opinión de los demás seres humanos.

Esta ópera prima como director de John Carroll Lynch, hasta ahora un muy buen actor esencialmente de reparto, se sirve del extraordinario Harry Dean Stanton en uno de sus contados roles protagónicos y uno de los últimos trabajos de su larguísima carrera, esa misma que se cortó con su muerte el 15 de septiembre del 2017, apenas dos semanas antes del estreno comercial del film en Estados Unidos: aquí interpreta al Lucky del título, un nonagenario veterano de la Armada que vive tranquilo en un pueblito rodeado de un vasto desierto y que un día se desvanece en su hogar, suceso que lo lleva al hospital y a que el doctor de turno le comunique que parece no tener ninguna enfermedad, no obstante el episodio es indicio de que la vejez está manifestándose con una mayor intensidad y ello podría significar que el ocaso está más cerca de lo que cree, más aún considerando su edad.

El hombre pronto retoma sus paseos y encuentros habituales con los lugareños, ya que vive solo -pero no se siente solitario, como bien aclara él- y gusta de concurrir a restaurants y bares para charlar con amigos, conocidos y vecinos, entre ellos Howard (compuesto por el genial David Lynch), otro señor mayor a quien hace poco se le escapó su amada tortuga llamada Presidente Roosevelt, una mascota a la que extraña muchísimo. De a poco Lucky empieza a tratar de sobrellevar la situación y atraviesa diferentes etapas vinculadas con la agresión a los otros, el confesar tener miedo, la disposición a intercambiar experiencias con extraños en torno a la cercanía con la muerte, el conversar sobre el pasado en la milicia durante la Segunda Guerra Mundial, el enorme placer que le genera la música mexicana y finalmente la aceptación del óbito como una desaparición individual hacia el vacío sin Dios ni alicientes terrenales ni estupideces new wave que puedan ofrecer un camino alternativo.

Las dos características que distinguen al guión de Logan Sparks y Drago Sumonja de tantos otros similares pasan por la ausencia del facilismo retórico de impronta familiar/ mística/ romántica y esta decisión de optar por sonreírle a la muerte cuando toque nuestra puerta sin más conciencia que admitir en paz que venimos solos y nos vamos solos de este mundo, cuyo elemento compartido singular es la unión final en la nada. Así como rasgos del Stanton real fueron a parar a Lucky, como por ejemplo su ateísmo, su amor por la música y hasta su paso por la Armada, el film en su conjunto se transforma en un homenaje hermoso y muy astuto al actor de Alien (1979), Paris, Texas (1984) y El Reclamador (Repo Man, 1984), figura clave del cine independiente norteamericano desde la década del 60 hasta nuestros días. Hoy las inquietudes otoñales y la alegría por haber vivido se unifican con las rutinas cotidianas más sencillas y ese destino que nos espera a todos los que respiramos…