Luces rojas

Crítica de Javier Porta Fouz - La Nación

El camino del efectismo

No es ninguna novedad que Sigourney Weaver es excelente para interpretar científicas, lo saben desde James Cameron hasta Rodrigo Cortés. El gallego Cortés -nacido en la provincia de Orense, Galicia-, director de Luces rojas , es el de Enterrado , también hablada en inglés. Enterrado era apenas astuta, muy efectista y desplegaba una alta dosis de trampas, como los planos violando el espacio cerrado autoimpuesto y el falso final imaginario. Aunque Luces rojas es una película con buena parte del equipo técnico español, Cortés vuelve a hacer cine que luce estadounidense, ahora con más elenco y mayor producción. Y, hasta cierto punto, logra una película con fallas, pero de planteo sustancioso. Weaver y el protagonista Cillian Murphy son dos científicos dedicados a desenmascarar lo que se presenta como paranormal: espíritus persistentes, sanadores gritones, niños que son poseídos artísticamente por pintores muertos. Los dos científicos son apasionados por lo que hacen: viven para que la ciencia triunfe sobre las supercherías. Esa es la mitad de "acción general de la película", la del planteo, anterior a la concentración en el enfrentamiento con "el psíquico principal", el interpretado por Robert De Niro.

En toda la película son visibles e identificables los claros defectos de la puesta en escena del director, guionista y montajista Cortés (o los defectos industriales de baja estofa que permite): travellings desde o hacia los personajes ostensiblemente puestos para intentar sumar dinamismo superficial, explicaciones que se imponen y automatizan las conversaciones (y eso va in crescendo) y, sobre todo, esos golpes orquestales para generar tensión efímera y que dejan un regusto a deshonestidad narrativa. Pero en el segmento Murphy-Weaver (la primera mitad) esos ripios son parcialmente disimulados ante la lógica de las acciones y la exposición sencilla y eficaz de las disputas científicas. Cuando llega el segmento Murphy-De Niro, el efectismo de Cortés queda desnudo ante informaciones amontonadas, elementos dispuestos para que después, al final, se nos "sorprenda" con una revelación al estilo M. Night Shyamalan e incluso con una secuencia de montaje de lo que ya vimos "ahora visto con una nueva luz" (mismo recurso, aunque no misma revelación, que en Sexto sentido ), una luz que incluye la tremenda molestia de la siguiente revelación (o confirmación): a Cortés le interesa menos ser un narrador que un vendedor de películas "de concepto". Al igual que Enterrado , Luces rojas muestra a un realizador que parece identificarse con el estilo gritón, efectista y autoindulgente de los shows de los sanadores. Y es una lástima, porque en la primera de las dos secuencias con Leonardo Sbaraglia (protagonista de Concursante , primera película del director), Cortés demuestra que no carece de habilidades, que puede construir tensión con elementos nobles, esos que lo ayudan, brevemente, a crear algunos climas que no dependen de fugaces trampas retóricas.