Los Vengadores

Crítica de Diego Maté - Cinemarama

El desencanto

Los Vengadores es una película de superhéroes que sintoniza con la época: lejos de la glorificación y defensa a ultranza de los protagonistas y su empresa, Joss Whedon los pinta como un grupo de personas torpes, egoístas, violentas y, por encima de todo, peligrosas. Más allá del carisma enorme que puedan tener, tarde o temprano los personajes se revelan más como una amenaza que como la salvaguarda de la humanidad. No hace falta que los Vengadores muestren su lado menos heroico para entender que se trata de un rejunte de criaturas demacradas, tontas o con un ansía desmedida de poder y reconocimiento. Un científico que vive enojado con todos y que se convierte en una bestia gigante imparable; un capitán que gusta desempeñar el rol del soldado ideal que sigue órdenes sin cuestionarlas y cuya fuerza se debe a un experimento de laboratorio más o menos exitoso; una espía y asesina que disfruta de su trabajo y que carga con un pasado demasiado oscuro; un dios poderosísimo cuyas habilidades no van de la mano con su estrechez de entendimiento; finalmente, la estrella del show: un multimillonario cínico que se define a sí mismo como filántropo y cuyo verdadero deseo es ser reconocido y admirado hasta el hartazgo, constantemente. A un costado, el personaje menos aprovechado que, al mismo tiempo, era uno de los que más prometía: Hawkeye, al que no se le conocen falencias ni rasgos de su personalidad y que parece más un duro de cine de acción que un héroe conflictuado de Marvel. Por encima de todos, el militar más patotero y manipulador de la historia del cine: Nick Fury, el jefe que mueve los hilos, sabe los secretos más terribles y no duda en mentir y falsear hechos con tal de inspirar a sus héroes-soldados.

Varias veces se habló (un poco exageradamente) de lo cuestionable de muchos superhéroes que hacen el bien a la fuerza y por mano propia y, para colmo, se ubican por fuera del alcance de la ley que ellos mismos dicen proteger; en sus últimas películas el género viene ajustando cuentas de manera brutal con sus protagonistas y Los Vengadores es un buen ejemplo de esa tendencia. Sin embargo, es en ese lugar crítico que también reside el centro del interés de Whedon, porque el atractivo de sus personajes deriva precisamente del hecho de verlos en una situación que los supera y con la que no pueden lidiar si no es a las trompadas o martillazos. El conflicto del guión es más o menos básico: por diversos motivos, cada uno de los protagonistas es incapaz de trabajar con los demás, y las peripecias del relato se van en el aprendizaje que llevan a cabo hasta integrarse. Para eso necesitan conocerse y medirse, y algunas de las mejores escenas son las que muestran a dos o más vengadores engarzados en una pelea verbal o actuando como cómplices frente a algún otro. Se trata, en todo caso, de observar cómo unas criaturas imperfectas se matan para aparentar lucidez y conocimiento, para conseguir algo de respeto, y que solo en última instancia terminan comportándose como el superhéroe tradicional, es decir, peleando para defender a los débiles hasta sacrificar la propia vida. En Los Vengadores, una película de superhéroes posmodernos, reventados, desteñidos, hay bastante poco de esa voluntad de sacrifico, pero cuando ese ánimo aparece, bien cerca del final y por culpa de una muerte que será utilizada miserablemente por Nick Fury, las hazañas resultan creíbles y los éxitos merecen ser celebrados.

Si en otro tiempo los superhéroes traían tranquilidad y seguridad a la ciudadanía, Los Vengadores, que no habla de uno o dos superhéroes sino de todo un gigantesco e invasivo aparato militar que los coopta y del que son apenas un engranaje más, parece decir que esos personajes de antaño ya no son compatibles con el desencanto y la paranoia frente al poder del presente. Pero al bajarlos del pedestal también se los humaniza y se les permite habitar el reino de las grandes historias sin la responsabilidad de tener que salvar el mundo de manera pulcra e intachable. En la actualidad, superhéroes como los Vengadores no son más (ni menos) que criaturas capaces de interesar y de producir emoción dentro de los límites precisos de un relato. Si en algún momento fueron proyecciones o deseos amplificados de una sociedad insegura, ahora ya no cumplen otra función que no sea la de moverse con libertad a través del mapa de una ficción con aires fantásticos que, felizmente, poco y nada le debe al mundo real. Para comprobarlo basta con ver cuál es el enemigo al que se enfrentan: un ejército que viene quién sabe de qué lugar del espacio sideral dirigido por Loki, el hermano-menor-adoptado-cósmico-en-vez-de-nórdico de Thor; aunque todos sepamos que el verdadero peligro son ellos y su tan infatigable como entretenida guerra de egos.

Despojada del peso de un posible mensaje tranquilizador, Los Vengadores puede permitirse el lujo de hacer cine con, entre otras cosas, un millonario excéntrico que gusta meterse en una armadura con computadora y volar por el aire desprendiendo rayos de colores de sus manos.