Los vagos

Crítica de Horacio Bernades - Página 12

Suerte de cuento moral rohmeriano

El tono del film misionero pasa, casi sin que se note, de la despreocupación a la soledad y la angustia.

Un par de semanas atrás se estrenó un muy buen film mendocino, La educación del rey, y ahora le toca el turno a otra película altamente estimable, proveniente del otro extremo del país, la misionera Los vagos, ópera prima del destacado director de fotografía Gustavo Biazzi. De la vecina Corrientes se había conocido el año pasado, dicho sea de paso, la también prometedora Hoy partido a las 3, todas ellas óperas primas. El cine argentino necesita de las provincias para salir del micromundo de la clase media porteña, y las provincias (Córdoba, Santa Fe y el NOA tienen sus propios desarrollos cinematográficos) responden, de a poco, al llamado. Suerte de cuento moral rohmeriano narrado desde el minimalismo propio del nuevo cine argentino, Los vagos puede ser vista también como una proyección argentina y contemporánea de Los inútiles, de Fellini.

La ópera prima de Biazzi (camarógrafo de Carancho, y director de fotografía de El estudiante y La patota, entre otras) comienza con su protagonista subiendo unas escaleras y si se deja de lado un breve epílogo finaliza, de modo circular, con el mismo personaje bajando las mismas escaleras. Movimientos altamente representativos de su recorrido dramático. Ernesto (Agustín Avalos) sube corriendo las escalinatas de la Facultad de Derecho, donde su novia Paula (Barbara Hobecker) da su examen final. Exito, abrazos, besos, risas. Ernesto tiene una linda novia y por lo que se ve, entre los dos hay la electricidad necesaria. Esa felicidad va a coronarse con un viaje a Florianópolis, Paula está muy entusiasmada... pero Ernesto pone el freno en la mismísima boletería de la línea de ómnibus. Previamente había cruzado unas miradas bastante significativas con una amiga de Paula y finalmente se irá unos días a una playita con su grupete de amigos. Son cuatro y se cruzan con cuatro chicas. Una de ellas es una rubia muy bonita llamada Andrea (Ana Clara Lasta) a la que Ernesto le echa el ojo. Sólo falta que meta alguna pata más... y la va a meter. Dos, a falta de una.

Una primera virtud de Los vagos son las actuaciones, sin una sola disonancia, y con un tono y un registro absolutamente homogéneos, tanto del elenco juvenil como de los adultos. Entre estos, el padre de uno de los amigos de Ernesto, que asado por medio intenta instruir a los muchachos en las artes de la seducción, basado en una muy curiosa y personal “teoría del derrame”. Segundo poroto: la circulación del deseo, entre timideces, cálculos, alguna inesperada iniciativa femenina y una magnífica escena de sexo. Delicada pero resuelta, Ana Clara Lasta se luce particularmente en este rubro.

La narración es fluida, precisa y concisa, con audaces saltos espaciales y temporales. Desafiando una regla básica del cine clásico, Biazzi elimina de cuajo las escenas de transición, saltando de Buenos Aires a Posadas, de Posadas a Oberá, y de allí a una playa ¿junto al río Iguazú?, sin avisos ni consideración por la costumbre del espectador de ubicarse en tiempo y espacio. El tono pasa casi sin que se note de la despreocupación a la soledad y la angustia, con una dolorosa pero merecida escena pre-final. Con excepción de esos bruscos saltos, que parecen de Cassavetes, de ese grupo de amigos fellinianos y de un final algo más nórdico en su dramatismo, Los vagos evoca, tanto en su transparente fluidez narrativa como en la seducción que las mujeres ejercen sobre el protagonista masculino, los Cuentos morales de Eric Rohmer. Un Rohmer misionero.