Los últimos románticos

Crítica de Santiago García - Leer Cine

Un punto de partida habitual dentro del cine policial es el de los personajes de perdedores a quien el azar cruza con una fortuna de dinero mal habida. Es un recurso muy común y ha dado muchas grandes películas, incluyendo varias de los Hermanos Coen, en particular Sin lugar para los débiles (No Country for Old Men). Gordo y Perro son dos amigos que aunque ya no son jóvenes parecen comportarse como dos adolescentes. Ambos sobreviven como pueden en un pequeño pueblo costero llamado, irónicamente, Pueblo grande. Cultivan marihuana con la complicidad de la escasa policía, cuidan un hotel vacío y se las rebuscan con lo que tengan. Entonces aparecerá la fortuna que lo cambiará todo, pero como suele ocurrir, con ese dinero vendrán los problemas.

Mientras que ellos buscan que hacer sin caer en manos de la policía o de los dueños del dinero, un policía que ha sido transferido desde la ciudad es ahora el nuevo comisario, amenazando con poner orden es este lugar donde todo parecía permitido. Se suceden los enredos y los cruces, como en un guión de los Coen. Y la insistencia para mencionarlos es porque los propios protagonistas fantasean con escribir un guión de policial y mencionan a los hermanos Coen y a No Country for Old Men. Esto no queda ni forzado ni pretencioso, sino que es parte de la trama, además de una declaración.

Los actores, el tono, las primeras vueltas de tuerca, todo funciona bastante bien hasta que en las escenas finales el nivel que la película traía se desmorona con un desenlace algo apresurado y fuera de tono con respecto a lo que Los últimos románticos venía proponiendo. A pesar de eso resulta un prolijo trabajo de género y una película entretenida.