Los pibes

Crítica de Diego Maté - Cinemarama

El título de la última película de Jorge Leandro Colás se toma la libertad de jugar con un equívoco voluntario: “los pibes” no parecen ser el verdadero centro del documental, sino más bien el principal insumo que manejan los entrenadores de Boca Juniors en su búsqueda de jugadores jóvenes, la materia prima que deben buscar y moldear a diario. Los hombres del club se las ven con un material sobreabundante: los chicos que llegan para probarse lo hacen de a multitudes, y solamente el transponer la puerta del club demanda una complicada ingeniería que puede prolongarse durante horas. Ya adentro, la película revela su obsesión por la administración, a la que le dedica una buena parte del metraje: el llenado a mano de datos y la organización de los chicos según la categoría y la posición en la que juegan consumen largos minutos que le permiten al director fijarse en los trabajadores que mantienen funcionando esa singular burocracia deportiva. En este sentido, Los pibes es una película única dentro de una cinematografía como la argentina, donde el fútbol suele ser un tema tanto festejado como vapuleado por sus manejos turbios (El crack, de José Martínez Suárez, conserva hoy una buena dosis de su virulencia original). Pero el proyecto de Colás apunta hacia otro lugar, bien lejos de esas dos zonas de confort en las que el cine local supo encapsular el fútbol. La propuesta deLos pibes podría resumirse así: registrar la selección y preparación de jugadores alterando lo menos posible esa labor, respetando la ambigüedad de los personajes y de su actividad. Esa mirada, que elige y matiza como cualquiera otra, fija su atención en la rutina profesional de los caza talentos de Boca mientras que el fútbol propiamente dicho queda a un costado: las escenas en las que los chicos efectivamente juegan son pocas, y las imágenes muchas veces se entretienen con elementos del partido que no hacen a su desarrollo. De a ratos, la película escucha también a los chicos: sus charlas antes de las pruebas, o después de haber terminado de jugar, se muestran naturales y auténticas, como si el director hubiera podido fabricar exitosamente el dispositivo fílmico justo para capturar esas palabras sin invadir la intimidad de los participantes.