Los pequeños Fockers

Crítica de Natalia Trzenko - La Nación

La tercera entrega de la serie perdió la gracia de sus antecesoras

"Tenemos que reírnos de las cosas que nos hacen humanos." La frase, dicha por uno de los personajes principales hacia el final de Los pequeños Fockers, contiene un muy lindo mensaje. O lo que sería un lindo mensaje si para la película eso que nos hace humanos y de lo que vale la pena reírse implicara alguna otra cosa que vómitos, enemas, una cantidad considerable de sangre y un buen número de situaciones que obligan a visitar hospitales, además de humillar a niños y adultos casi en la misma medida.

La comedia -supuestamente- familiar que protagonizan Ben Stiller y Robert De Niro, como el yerno y el suegro con la relación más tensa del mundo, tuvo una predilección por el humor escatológico desde su primera y exitosísima entrega pero aquí, la tendencia se vuelve una constante de la que no se salva prácticamente ninguna escena. Aquella premisa inicial de combinar en busca de risas incómodas, y de las otras, las opuestas personalidades del inflexible ex agente de la CIA Jack Byrnes (De Niro) con la del sensible enfermero Greg Focker (Stiller) se repite aquí con pequeñas variaciones.

Para aquellos espectadores para los que la previsibilidad del relato y de cada una de sus resoluciones cómicas resulta tranquilizador y reconfortante esta es una película ideal. No hay aquí sorpresas ni chistes que no adelanten su remate mucho antes de su llegada. Desde el momento en que Greg lleva las muestras gratis de una pastilla recetada para tratar las disfunciones eréctiles se sabe que su suegro la probará con resultados avergonzantes tanto para los personajes como para los admiradores de De Niro, cansados de que su ídolo hace tiempo no haga papeles a la altura de su talento y su leyenda.
Decepciones

A pesar de un comienzo aparentemente armónico, rápidamente la relación de los opuestos volverá a tensarse cuando Jack se convenza de la infidelidad de Greg, acosado por una bellísima representante de la industria farmacéutica interpretada por Jessica Alba con su habitual ineptitud.

De hecho, más allá de algunos momentos graciosos provocados por la reaparición de Kevin, el ex novio de Pam, papel creado a la medida de Owen Wilson- un comediante que parece siempre funcionar a una velocidad mucho más lenta que el resto de los mortales-, ninguno de los otros actores supera el ridículo al que los somete el guión de John Hamburg y Larry Stuckey y la dirección de Paul Weitz. Y eso incluye las breves apariciones de Harvey Keitel-cuyo personaje desaparece sin rastro ni explicación alguna de un momento para el otro-, Barbra Streisand y Dustin Hoffman como los abuelos Bernie y Roz Focker, un compilado de estereotipos que resultan algo ofensivos. Aunque la película insista en que nos estamos riendo con ellos y no de ellos, resulta difícil creerle.