Los papeles de Aspern

Crítica de Pablo O. Scholz - Clarín

El universo de Henry James (1843-1916), autor de Retrato de una dama y Las alas de la paloma, con el drama interno de sus personajes pone a prueba al debutante francés Julien Landais, que también se hizo cargo de la adaptación de Los papeles de Aspern y la produjo.

Landais ha tenido éxito en el mundo publicitario y de la moda, con trabajos para Bulgari, Dior y Dolce &Gabbana, lo que podría llevar a pensar que lo suyo es el glamour y la elegancia.

Y Los papeles de Aspern, publicada en 1888, no es tan así. Ni en el original del escritor neoyorquino, luego nacionalizado británico, ni en la película cuyo triángulo protagónico asumen Jonathan Rhys Meyers, Joely Richardson y Vanessa Redgrave.

El actor irlandés de Match Point es Morton Vint, un escritor y editor tras el rastro del poeta Jeffrey Aspern (basado en verdad en Percy Bysshe Shelley). Sabe que Juliana, una amante suya, ahora anciana (Redgrave). guarda en su mansión en Venecia cartas de él. Y se hace pasar por otro hombre para poder ingresar a la casona de enormes jardines e intentar conseguir esos papeles del título.

No la tendrá fácil porque Juliana vive encerrada, y las cartas las guarda bajo siete llaves. Y ni siquiera su sobrina, Tina (Richardson, hija de Redgrave en la vida real) parece muy confiada a revelar nada al recién llegado, pese a que éste la seduce con palabras, les regala flores y les paga un dineral por alquilar algunos cuartos de la casona.

El principal inconveniente que tiene esta adaptación está en los diálogos y en la marcada entonación y actuación de los intérpretes. Redgrave, sentada en silla de ruedas y con una visera verde que parece de banquero, hace lo suyo con la sabiduría y maestría que se le reconocen desde siempre, pero es Jonathan Rhys Meyers el que más alejado de la realidad está cada vez que su personaje abre la boca.

Es cierto que aquí debería ser más importante la psicología de los personajes que la trama en sí. Hay algo de romance, un triángulo amoroso perdido en el tiempo, traiciones y mucho recitado. Pero falta, tal vez, algo de poesía.