Los oportunistas

Crítica de Emiliano Fernández - Metacultura

El destino manipulado

Si bien el director y guionista Paolo Genovese ya tenía una generosa experiencia en Italia en lo que respecta a las comedias orientadas a un público masivo, su primer gran éxito en el ámbito internacional fue Perfectos Desconocidos (Perfetti Sconosciuti, 2016), una propuesta inteligente que se metía al mismo tiempo con la dependencia tecnológica de nuestros días y con la hipocresía en los vínculos sociales más cercanos, logrando asimismo la proeza de garantizarse de inmediato la friolera de cuatro remakes en distintos mercados (así tuvimos -o tendremos en los próximos meses- una reinterpretación griega, una turca, una francesa y hasta una española a cargo del genial Álex de la Iglesia, la cual pasó por la cartelera argentina hace poco tiempo). Con semejante mochila sobre sus hombros, a priori resultaba una incógnita su nuevo proyecto, Los Oportunistas (The Place, 2017), y lo cierto es que no defrauda para nada ya que hablamos de un drama con un fuerte dejo fantástico que nuevamente consigue exprimir el carácter paradójico y demente de los seres humanos.

El regreso al candelero por parte del italiano no podría haber sido más curioso porque en esencia estamos frente a una adaptación en formato largometraje de la serie televisiva norteamericana The Booth at the End, creada por Christopher Kubasik y con apenas dos temporadas que fueron transmitidas en 2010 y 2012. Hoy la premisa es idéntica: un hombre misterioso (Valerio Mastandrea) mantiene una serie de encuentros en un bar/ restaurant con un cúmulo de personajes para establecer los términos y seguir el desarrollo de acuerdos de tipo fáustico, en función de los cuales cada individuo le cuenta su deseo al susodicho, éste abre un anotador para leer la “contraprestación” de turno y la persona se marcha para llevar a cabo una tarea que puede ser desde mundana e inofensiva hasta realmente peligrosa o condenable desde el punto de vista moral. Como en tantos films similares sobre pactos con un genio, djinn o entidad diabólica poderosa, aquí se juega con el límite entre la imposición del otro y la elección por motu proprio en lo que atañe a avanzar o no con la misión fijada.

Una tras otra presenciamos las breves reuniones que tiene la figura protagónica con diversos hombres y mujeres que vienen a pedirle algo y rápidamente se sorprenden cuando escuchan el precio a pagar, encuentros cargados de naturalismo y alejados de toda pompa paranormal: a una anciana le pide confeccionar una bomba y colocarla en un lugar público para devolverle la salud a su esposo con Alzheimer, a una monja en crisis de fe le solicita que quede embarazada para que pueda volver a “sentir” a Dios, a un hombre que mate a una niña para que sobreviva su hijo con cáncer, a otro -que quiere tener sexo con una modelo de calendario- que proteja a esa misma niña en peligro, a un ciego que viole a una mujer para recuperar la vista, a una chica que robe dinero para ser más bella, a otra fémina que separe a una pareja para que su esposo la vuelva a desear, a un policía que encubra un crimen para así recuperar a su hijo, a un joven que ayude a la chica destinada a ser ladrona para sacarse de encima definitivamente a su padre, un alcohólico que lo golpeó de niño, etc.

A decir verdad el opus de Genovese, quien escribió el guión junto a Isabella Aguilar, no se aparta mucho de lo esperable en este tipo de películas orientadas a la ambigüedad ética y las ironías de la redención -siempre a su vez desde la perspectiva europea, que es mucho más parca y menos ampulosa que la estadounidense- no obstante el señor redondea un trabajo muy interesante que desde la sobriedad formal entrelaza las diferentes vertientes de un relato coral que se basa únicamente en las palabras de los actores, por un lado escapando de esa típica dinámica teatral porque hay cortes constantes entre las charlas y por otro lado condimentando la narración con los intercambios que el protagonista mantiene con Ángela (Sabrina Ferilli), la camarera del bar en cuestión. Aquí regresan intérpretes excelentes, ya vistos en Perfectos Desconocidos y en otras obras italianas, como Marco Giallini, Alba Rohrwacher y el mismo Mastandrea, los cuales ayudan a apuntalar este astuto drama en mosaico sobre las intenciones ocultas de los seres humanos, su afán por controlarlo todo, la sombra ominosa de la tragedia, los sueños y aspiraciones latentes, esa “psiquis social” que nunca deja de sorprendernos y finalmente las vueltas de un azar hoy un tanto manipulado…