Los ojos de Tammy Faye

Crítica de Rodrigo Seijas - Funcinema

LAS BENDICIONES (Y MALDICIONES) EVANGELISTAS

Como buena película de la corriente más demócrata de Hollywood, Los ojos de Tammy Faye afronta un dilema que no termina de resolver cuando tiene que abordar territorios más ligados a los republicanos: cómo calibrar la mirada distanciada sobre las historias y los personajes en los cuales hace foco. En este caso, esa irresolución la termina haciendo, quizás paradójicamente (o no tanto), bastante más interesante de lo que podría pensarse a priori. En las tensiones y ambivalencias, más que en las certezas, es donde adquiere mayor complejidad y riqueza.

El film de Michael Showalter -que venía de hacer un par de comedias románticas más que interesantes, como Los tortolitos y Un amor inseparable– sigue la historia real de Jim y Tammy Faye Bakker (Jessica Chastain y Andrew Garfield), una pareja de pastores evangelistas que tuvo un meteórico ascenso, primero en sus recorridos por diferentes ciudades estadounidenses y luego en programas televisivos. Tan fulminante y potente fue la fama que adquirieron, que terminaron armando una señal televisiva y un parque de diversiones propios, con un nivel de influencia tan rutilante que incluso tenían llegada hasta el entonces presidente Ronald Reagan. Esa llegada al estrellato fue tan rápida como la caída, producto de una combinación de denuncias de fraude financiero, desvío de fondos, adulterios, adicciones y hasta escándalos sexuales.

Como ya queda claro por el título, la película pone especial foco en Tammy, pasando desde su infancia (cuando descubre su vocación por el evangelismo) y su encuentro con Jim Bakker, la consolidación de sus habilidades como mujer-espectáculo, su derrumbe y sus intentos de redención. En buena medida, la intención es indagar en la historia que mujer que reflejó los valores de gran parte de la sociedad estadounidense -no solo en lo religioso, sino también en lo cultural y política- y que ató buena parte de su destino al de su marido, para luego encarar un proceso de reconfiguración en solitario. Pero también hay una puesta en escena que se pone al servicio de Chastain y sus intenciones de llevarse el Oscar en una actuación donde la hipérbole gestual va de la mano con una tonelada de máscaras y prostéticos. Mal no le fue en ese último propósito, teniendo en cuenta que el film se llevó los Oscars a la mejor actriz y al maquillaje y peinado, cortesía de una Academia que suele premiar más la cantidad que la calidad.

Lo cierto es que Los ojos de Tammy Faye intenta entender a su protagonista, empatizar con ella, con sus deseos y ambiciones, y especialmente con sus sueños, que son a su vez un reflejo del american dream, que suele premiar al hábil, pero también al audaz. Claro que, al mismo tiempo, se percibe un distanciamiento respecto a ese mundo religioso que bordea lo cínico, como si Showalter quisiera construir una comedia desde una sátira que se revela como algo tímida y finalmente limitada. Si el terreno que aborda está dominado por el desborde, las remarcaciones y las emociones fuertes, casi melodramáticas, la película no termina de abrazarlo -o, por el contrario, distanciarse- por completo y dejarse llevar por el distanciamiento. En cambio, se limita a un retrato que va por carriles previsibles, casi políticamente correctos, excepto en contados pasajes donde parece darse cuenta de que los personajes son tan irreales como humanos. Por eso quizás Los ojos de Tammy Faye queda ubicada en una línea media de biopics hollywoodenses, que no ofenden, pero tampoco poseen la pregnancia para aferrarse a la memoria del espectador.