Los miserables

Crítica de Santiago García - Leer Cine

LO PEOR DE DOS MUNDOS

Una de las novelas más trascendentes de la historia del cine se convirtió en musical y de ese musical nació una de las peores películas del cine actual.

Les Miserables es un musical francés que se estrenó en Paris en 1980, llegó a Londres en versión en inglés en 1985 donde se convirtió en un éxito descomunal. De hecho está en cartel en esa ciudad hasta la actualidad. Pasó por todas las grandes capitales del mundo, incluyendo Buenos Aires y sigue dando vueltas con una enorme aprobación del público. Obviamente dicho musical se basa en el clásico que Victor Hugo publicó en 1862 y que dicho sea de paso no ha perdido nada de actualidad en su lúcida mirada de las injusticias del mundo y la grandeza del espíritu humano. Hay que decir que el musical de teatro no le hacía mucha justicia al libro, pero las comparaciones pueden ser odiosas así que hubo que aceptar las características de cada arte sin juzgarla con las reglas del otro. En el cine sí, hubo muchas versiones no musicales, incluyendo una de 1935 con Fredrich March y otra de 1958, francesa, con Jean Gabin. Cine y televisión siempre se sintieron fascinados por la historia. A diferencia de otros clásicos, la pantalla nunca olvidó este libro y las adaptaciones se sucedieron en diferentes países y décadas. Ahora llegó el turno de Los miserables pero basada en el musical y no en el libro. La mala noticia es que se trata de una película tan mala que impresiona. Bajo la inercia del éxito comercial en el teatro, con el fanatismo por las canciones propio de los admiradores del musical, Los miserables ha sido saludada como una gran película cuando en realidad se trata exactamente de lo contrario. No son muchos los ejemplos donde un film tan indignante sea saludado como uno bueno. No es cuestión de gustos simplemente, la película desafía cualquier sentido común narrativo y se entrega al pastiche visual de forma torpe y ofensiva. El director Tom Hooper revela una insólita falta de pericia para construir escenas musicales, les coloca la cámara encima a los actores que, por estar cantando, no poseen la expresividad que se necesita en un primer plano. Se olvida que esto es cine, se olvida que esos rostros de expresión exagerada no pueden soportar largos primeros planos. Pero no terminan ahí las decisiones anti cinematográficas. Un montaje desprolijo sumado a una cámara inútilmente en movimiento se contradice con los actores petrificados tratando de afinar (sin conseguirlo) sus canciones. Hooper empeora todo con su deseo en exceso obvio de mostrar escenas que no podrían hacerse en teatro, como si esto último significara hacer cine. Lo cómico, es que los decorados son tan falsos y los efectos especiales tan berretas que sinceramente nunca parece cine. Las canciones –algunas ya son clásicos- no consiguen, salvo la del final, sobrevivir a este proyecto fallido e incomprensible. Los actores, todos ellos, están al borde del ridículo. La que más sufre, Anne Hathaway, tal vez incluso gane un Oscar, en el broche de oro para la injusta sobrevaloración de este artefacto llamado película. Russell Crowe, actor de probado talento, se lleva la peor parte, su Javert parece pedir a gritos que le permitan actuar sin cantar. Crowe está congelado, confundido, por momentos molesto, como si supiera de la mediocridad del proyecto. Un último detalle fatal: al igual que en el musical, los personajes más siniestros de la novela, son el alivio cómico. Ya es una notable demostración de banalidad el hacer de esos personajes algo cómico y hasta querible. Eso habla muy mal del musical. El cine lo enfatiza, demostrando que su filiación a Victo Hugo es por lo menos relativa. Ya el musical estaba muy por debajo de la potencia dramática del libro. Pero era su decisión. No debe juzgarse en la comparación, sino en el resultado. En el resultado la película pierde dramatismo e interés al sumársele estos personajes en ese tono. El problema de la película no es sólo ese. El problema es que tiene un director como Tom Hooper, a quien el mundo premió por un film mediocre como El discurso del rey y le abrió las puertas para que siga haciendo cosas como esto que estamos teniendo que tolerar. El musical de teatro ha pasado a lo largo de la historia al cine con grandes resultados. No es el caso de Los miserables, donde el que debe pasar, pero de largo, es el espectador.