Los indestructibles

Crítica de Rodrigo Seijas - CineramaPlus+

Por amor a la acción

A los músculos y la sangre Stallone le aporta reflexión. Utiliza personajes y situaciones estereotipadas para denunciar que algunos discursos políticos de los ochenta con respecto al papel de Estados Unidos ya son insostenibles

Stallone es lo más grande del “mundo mundial”. Sólo un tipo como él podía tener la sensibilidad para darse cuenta de que lo que necesitábamos los muchachos era volver a las décadas del 80 y 90.

Esa época tan grata, donde podíamos apreciar como él, Schwarzenneger, Bruce Willis, Dolph Lungdren y tantos héroes románticos se dedicaban a volar por los aires a todos los malos del universo.

Tantos dictadores sudacas comunistas, tantos malosos que buscaban aniquilar a la gloriosa América, tantos villanos dispuestos a desatar el apocalipsis en la Tierra… todos ellos vencidos con practicidad suprema, con ingenio, con valor, con músculo… y un montón de frases ingeniosas.

¿Notaron como nunca nos cansábamos de esos filmes? Nos daba un poco de culpa decírselo al mundo, pero en el fondo nos encantaban. Eran nuestros placeres culpables. Podíamos criticar su ideología, su verosimilitud, su construcción de personajes. Pero a la vez, cuando los pescábamos por la tele, nos quedábamos enganchados desde el principio hasta el final. Nunca nos aburrían, siempre festejábamos cada explosión, cada matanza indiscriminada, cada apuñalamiento, cada balazo disparado con absoluta precisión.

Cuestionábamos a Rambo, pero queríamos ser John Rambo. Le buscábamos toda clase de interpretaciones a Duro de matar, pero el fondo del asunto era que nos re identificábamos con su individualismo y nos resultaba re piola eso de tirar un explosivo por el tubo de un ascensor o arrojar a un sofisticado ladrón alemán desde cincuenta pisos.

Vaya a saberse por qué, habíamos dejado esos finos y salvajes sentimientos. ¿Sería esa rara mezcla de culpa y descreimiento? ¿El crecer y darnos cuenta de que eso no era real? Por eso quizás un tipo como John Woo comenzó a fracasar y tuvo que regresar a China, dejó de pensarse en Arma mortal y estrellas como Steven Seagal o Jean-Claude Van Damme se vieron relegadas al directo a DVD. Sólo actores como Jason Statham, filmes como Crank o un director como Robert Rodriguez daban la impresión de poder seguir sosteniendo un punto de vista que explorara la pureza del género de acción.

Hasta que Stallone barajó y dio de nuevo. Comenzó con Rocky Balboa y luego siguió con Rambo. Lo que parecían meros refritos, resultaron ser reflexiones sobre el paso del tiempo, la vejez versus la juventud, las virtudes y defectos que nunca se van, los valores que permanecen a pesar de todo.

Y ahora nos entrega Los indestructibles, que habla sobre personajes que, tal como indica el título original, son prescindibles, aunque en el fondo siempre se los necesita. Porque hay que aceptarlo de una buena vez: necesitamos a los tipos rudos, musculosos, transpirados, que sangran mucho pero hacen sangrar más.

Por otra parte Stallone aporta una dosis de inteligencia llamativa. Utiliza los mismos personajes y situaciones estereotipadas para delatarnos que algunos discursos políticos de los ochenta con respecto al papel de Estados Unidos ya son insostenibles: “ya no somos solamente los buenos, también podemos ser los más malos de todos”, parece decirnos Sly. También reflexiona sobre las consecuencias del american way of life, con una escena donde le da total libertad a ese gran actor que es Mickey Rourke para que despliegue toda su humanidad. Incluso es capaz de hacerse cargo de que puede perder, de que le pueden patear el trasero (la pelea que tiene con Steve Austin es testimonio de ello), de que un día lo van a relevar como representante de este cine, y que hay gente que tiene la capacidad para hacerlo.

Los indestructibles no sólo realiza un ejercicio productivamente nostálgico y melancólico sobre los ochenta y noventa. También actualiza procedimientos del western, con La pandilla salvaje como modelo emblemático. Y en el medio, nos vuelve a decir, con toda la garra, que está bien disfrutar de esa violencia de juguete. Porque si cuando éramos chicos teníamos los muñequitos de Rambo, no está mal que hoy, a la distancia, unos cuantos años después, abramos el baúl de los recuerdos, desempolvemos un poco esos toscos objetos y nos pongamos a jugar nuevamente a la guerra.