Los huéspedes

Crítica de Gustavo Castagna - Tiempo Argentino

Abuelito, dime tú…

Según una leyenda de fines del siglo anterior, un desconocido director nacido en la India, ya con dos películas, convenció a propios y extraños con Sexto sentido, la habilísima concreción de un guión de hierro con una rigurosa puesta en escena.
Se dice que la leyenda continuó como tal por un rato más, a través de El protegido y de algunas escenas puntuales de La dama en el agua y La aldea, aunque ya en Señales su cine mostraba remiendos, parches y costuras.
La última década fue peor para Mr. M. Night Shyamalan, con una serie de bodrios impresentables, por ejemplo El último maestro del aire y Después de la tierra, en donde, por si fuera poco bancarse a Will Smith, su insufrible hijo devenido actor superaba con creces al progenitor.
Tratando de cambiar el rumbo y con tal de que la leyenda no sólo imprima aquella legendaria frase de "veo gente muerta" y poco más, el cineasta de capa caída intenta con Los huéspedes sumar alguna pátina humorística a sus inocuas propuestas estéticas, devaluadas con el paso del tiempo y sumergidas en una mirada sobre el género desde donde se aclara su pose de farsante y chanta de detrás de cámara.
El argumento va directo a los bifes: dos hermanos de 13 y 15 años convivirán con sus simpáticos (o no) abuelos en un caserón acorde a la tipología genérica. El giro dramático se relacionará con las particulares características de los abuelitos de marras que fluctúan entre flatulencias, incontinencias y vómitos.
Hasta acá, Los huéspedes está más cerca de una relectura de un film de los Monty Python en trámite jubilatorio que de aquellos deslices y caídas al abismo del otrora prestigioso director. Pero Shyamalan construye el relato desde el fagocitado corsé del "found-footage", que en el caso de Los huéspedes funciona como si fuera una autoparodia de los mejores (y pocos) momentos de la carrera del realizador.
Un par de sustos de los pequeños debido a las decisiones de los veteranos protagonistas resultan valiosos dentro de una estructura de relato que sólo transmite un carácter híbrido y de pasatiempo sin demasiadas pretensiones.
Shyamalan, en ese sentido, podría ir gestionando su jubilación o, por qué no, su retiro voluntario del cine.<