Los ganadores

Crítica de Guillermo Colantonio - CineramaPlus+

Incluida en la sección competitiva argentina del Festival de Mar del Plata, la última película de Frenkel retoma su anterior documental Amateur (2011), particularmente un fragmento, como punto de partida para encarar en Los ganadores un seguimiento a la insólita cantidad de concursos y de premios entregados que existen en la Argentina. El resultado es desopilante gracias a un trabajo de montaje notable en el que la suma de momentos rescatados logra construir una comedia con material documental. El director vuelve a confirmar su capacidad para captar historias y retratos extravagantes, en este caso, de una galería de personajes ávidos por exponerse con sus premios y eventos en internet, de ser visibles bajo un modo de espectáculo que no le teme al ridículo ni a las cámaras. Dentro de ese heterogéneo mundo, la segunda mitad se concentra en un evento organizado por el conductor de un programa de radio cuyo negocio pasa no solo por hacerse notar con los premios que gana frecuentemente sino por hacer realidad un encuentro anual donde todos los que participan son galardonados. La cámara de Frenkel se mete en todos los recovecos y selecciona de manera inteligente aquellos fragmentos que le sirven para los mejores gags gestuales y verbales. De este modo, el protagonista se transforma en el pilar de un prototipo argentino que condensa la doble moral, la picaresca, la simpatía y el oportunismo. Y si bien se pueden rastrear ciertos signos que ponen sobre el tapete qué hay detrás de todo esto de los concursos y los premios, el filme se ocupa de continuar siempre por los carriles de la comedia.

Al término de la función, se generó una polémica entre colegas quienes, con argumentos atendibles, reprochaban la mirada del director con respecto a la manera en que observaba a las personas involucradas. Reparaban en su lugar de enunciación y de poder detrás de la cámara para disponer de las acciones y las palabras, para llevarlas hacia el terreno de lo ridículo con una pose cool si se quiere, y en algunos casos clasista. Si bien es cierto que la película se mantiene siempre en una delgada línea entre la burla y el retrato, además de incluir un innecesario y largo plano de un hombre mirando a cámara, desde un ángulo contrapicado, es cierto, pero estirado en el tiempo para buscar la complicidad risueña del espectador, no creo que se advierta una intención de discriminación ni desprecio al respecto. El primer argumento es que el propio Frenkel incluye su registro de manera paródica. Al comienzo, una voz en off nos presenta el proyecto como si se tratara de una tesis de investigación pero el tono que le imprime a la locución es de la misma índole que sus personajes, extravagante, al borde del disparate. Es decir, se incluye el narrador mismo como parte de esta historia. Luego, el humor no se arma con víctimas sino con seres que representan los sueños de muchísimas personas de clase media que quieren ser famosas y no escatiman ni por un segundo perderse la posibilidad de mostrarse en videos de pésima calidad, mediante fotos desencuadradas y en otros de los múltiples accesos que ofrece nuestro mundo de multipantallas. Las carcajadas de las platea son un muestrario de que muchos comparten tal actitud. Otra crítica que se hizo es por qué no aplica el mismo procedimiento con figuras importantes en eventos de peso. El mismo Frenkel dijo algo cuando terminó la función: basta echar una mirada a lo que pasa en las aperturas y clausuras de los festivales de cine para comprobar que ocurre algo parecido. Ante la inquietud, respondo: las entregas de premios de eventos importantes son repetidos a ultranza por canales de televisión, comentados ad infinitum por otros programas; aquí pasa por descubrir otros modos fuera de la esfera oficial, con personajes ignotos, listos para ser descubiertos y potenciados en pantalla. Yo agregaría que basta ver el spot institucional del Festival con ese ridículo desfile costumbrista de estrellas para cubrir la demanda de mis colegas y darle la razón al director.

Por Guillermo Colantonio
@guillermocolant