Los exiliados románticos

Crítica de Guillermo Colantonio - Fancinema

La pequeñez como engaño

Tal vez, el principal problema que encierre Los exiliados románticos de Jonás Trueba sean los esforzados discursos que invita a construir en torno a una cáscara con buenos momentos. No faltarán diatribas sobre la felicidad, el culto a la ligereza y unas cuantas celebraciones acostumbradas a consagrar el canon festivalero de chicos viajeros alegres y con mañas que más le deben a su procedencia burguesa que a un supuesto espíritu aventurero.

Pocas veces el argumento de una película tuvo tanta conexión con la forma en que elige el director para plasmarlo. “Amigos que inician un viaje sin motivos aparentes y con espíritu aventurero” para “vivir sus días con una intensidad especial y quizás, encontrar el amor”. Búsqueda de intensidad y espíritu de aventura no son necesariamente garantía de éxito para una película. Uno agradece el trazado de ciertas situaciones y perfiles que aportan frescura y libertad a las imágenes, pero la sensación final es que se trata de un film cosido, desparejo, descentrado en el peor sentido.

Y si bien existe una necesidad de expresar la interioridad, se hace a los ponchazos. En el peor de los casos, con la ya clásica representación de la abulia amorosa tan cara a cierto cine indie porteño (como se ve es un rasgo universal; Trueba parece un Acuña españolizado, o viceversa), con el uso de la música como excusa para cubrir los enormes baches narrativos y los frecuentes problemas de ritmo. En el mejor de los casos, podremos rescatar un par de momentos que redimen: un diálogo que nunca termina de armarse en un café de París y un baño en el río con todos los personajes desnudos, secuencia bucólica moderna que trasunta una sana espontaneidad.

El título, reforzado con frases al comienzo, es el contrapunto de todo esto. La solemnidad de las referencias nada tiene que ver con el contenido posterior (en otras palabras, demasiado título para tan poco). Ya es hora de decirlo: basta de citar a Rohmer y a Godard para justificar que con tres personas y un auto se hace una película. Una cantidad importante de veces la modestia celebrada encubre la falta de ideas y la filiación a través de la cita, cuando no da vida, mata.