Los espíritus de la isla

Crítica de Jessica Johanna - El Espectador Avezado

La nueva película dirigida y escrita por Martin McDonagh también vuelve a reunir a la dupla protagónica de «In Bruges» (Escondido en Brujas): Colin Farrell y Brendan Gleeson. Situada esta vez en una isla (ficticia) de la Irlanda rural de la Guerra Civil que se sucede a lo lejos, la historia parece súper simple basada en su premisa: dos amigos de toda la vida dejan de serlo tras la decisión brusca e inamovible de uno de ellos de darle fin a esa amistad. Sin embargo, en sus capas y de una manera sutil y más sólida que nunca en la filmografía de McDonagh, flotan un montón de otras cuestiones, entre ellas la soledad y la búsqueda de trascendencia. También, como dato de color y no menor, es una de las películas más nominadas para la próxima entrega de los premios Oscar, con nominaciones en las categorías más importantes, incluyendo Mejor Película y Director.
Pádraic es un tipo sencillo que vive con su hermana y cuida de sus animales. Su pasatiempo principal es ir a beber con su amigo de toda la vida, Colm. Pero un día como todos va a buscarlo a su casa y él no quiere verlo. Lo que parece un capricho que no comprende y que supone que es pasajero, se torna firme: Colm no quiere juntarse más con él, descubrió que está en una etapa de su vida en la cual ya no puede desperdiciar tiempo y prefiere dedicarse a la música que vagabundear entre cervezas con su aburrido e insignificante (ahora ex) amigo.
Si bien estamos ante una comedia dramática, las pinceladas de melancolía y misterio (todo lo que no se entiende siempre genera incomodidad) la van tiñendo de una tristeza azul. De repente, Pádraic se da cuenta de que esa vida que le sentaba bien, porque nada más esperaba de ella que poder estar tranquilo y pasar sus tardes bebiendo y riéndose con su único amigo, con una rutina simple pero marcada, ahora se le torna muy solitaria. No puede entonces aceptar así como así que la amistad se termine, sobre todo sin una explicación, todo resulta absurdo.
Pádraic tiene a su hermana (Kerry Condon), la mujer quizás más sensata en un pueblo de aburridos (como ella exclama en algún momento: todos son aburridos acá) y en una película sobre masculinidades, y al chico raro y marginado del pueblo (Barry Keoghan, quien vuelve a trabajar con Farrell tras The Killing of the sacred deer), hijo de un policía que abusa de él de varias maneras. Y sobre todo tiene a su burra, a quien su hermana quiere afuera de la casa pero en esos momentos de tristeza que ahora lo acarrean él necesita a su lado, es su fiel compañera.
El dúo actoral entre Gleeson y Farrell es perfecto: ambos apuestan por la sutileza, por un registro contenido que no resulta por eso menos potente. Gleeson con pocas palabras pero una mirada que lo dice todo; Farrell, un actor que ha madurado muchísimo, desde una sencillez y aparente fragilidad que lo aleja de muchas de sus interpretaciones anteriores. McDonaugh apuesta por la regla de menos es más y no hay grandes excesos sino que la tensión crece de manera gradual. A la larga son dos personajes que de repente sienten un fuerte vacío: Colm por la inminencia de la muerte y la idea de una vida desperdiciada y Pádraic por la pérdida de su amistad de toda la vida en un pueblo donde no hay muchas más personas, una pérdida por la cual se siente culpable sin poder entender. Cada uno de estos vacíos despierta algo distinto en cada uno; Colm por primera vez ve a un Pádraic diferente.
La campiña vasta y desolada, de cielos grises y suelos de todas las gamas de verde rodeados de un mar tempestuoso (impecable fotografía de Ben Davis), es el escenario de esta historia que hace ver a estos hombres tan pequeños en el mundo. Eso es lo que de repente siente Colm y necesita aunque sea a último momento revertirlo y por eso se aleja de Pádraic y se pone a componer música, esperando trascender aunque sea con ese legado. Y tener a un amigo bueno pero tonto e ignorante como él no se lo va a permitir nunca, por eso es tan tajante en su decisión.
El miedo a la muerte, el miedo a perder el tiempo, a pasar por la vida como si nada, cosas que nunca se cuestionó Pádraic, quien solo necesitaba distenderse entre chistes y cervezas. Lo que empieza como una historia simpática pronto se devela más oscura y por allí rondan las banshees, almas en pena de la mitología irlandesa que acarrean malos presagios, en este caso personificada en una señora que interpreta Sheila Flitton de manera tétrica.
Por momentos divertida e irónica y durante otros tantos amarga y triste, con tintes filosóficos y dos personajes construidos con solvencia y sencillez, Los espíritus de la isla es una película que no deja de crecer dentro de una desde su visionado, que abre muchas preguntas y reflexiones sobre la amistad, la soledad, el lugar del hombre, el destino, los legados… y que además logra plasmar el dolor y tragedia de una guerra sin ponerla nunca en foco, sino dejándola allí, a lo lejos. Exquisita.