Los agentes del destino

Crítica de Rodrigo Seijas - CineramaPlus+

Nada más y nada menos que una historia de amor

Antes que nada, esta película es una historia de amor ultra romántica, donde el amor es, casi literalmente, más grande que la vida.

Esta adaptación de un cuento corto de Phillip K. Dick estaba servida para la alegoría ética y moral sobre la manipulación del destino de las personas; el libre albedrío; la existencia y el carácter de Dios; la búsqueda de la felicidad y las decisiones que tomamos en consecuencia; y cómo el contexto social condiciona nuestros deseos individuales, entre otros tópicos. Y algo de eso hay en Agentes del destino, en los que sin duda son sus momentos más obvios y menos interesantes. Pero en realidad, el filme trata de otra cosa. Porque antes que nada, la película es una historia de amor ultra romántica, donde el amor es, casi literalmente, más grande que la vida. Una de esas donde se recupera el amor a primera vista, donde apenas un par de miradas, un diálogo y la química brindan la certeza de que se está frente a la persona con la que se querría estar toda una vida.

¿Esto existe en verdad? ¿Es una idealización, una exageración del cine y, más que nada, del cine estadounidense? Agentes del destino sólo se hace la primera pregunta, responde con un rotundo SÍ y ni siquiera necesita hacerse la segunda pregunta. Le da para adelante, con total pasión y convencimiento, pero sin dejar de tener en cuenta el contexto cultural actual. Pero esa conciencia lo único que hace es servirle de impulso para reivindicar un amor puro contra todas las convenciones. Olvídense de las reflexiones acerca del funcionamiento de la pareja o la institución matrimonial: acá tenemos a dos personas totalmente enamoradas luchando contra un destino que les presagia una tragedia.

El filme puede sostener más que nada esta historia, situada en un escenario estéticamente achatado, burocratizado, atravesado por líneas urbanas rectas muy pero muy alegóricas, gracias a sus protagonistas. Matt Damon es un actor que ha evolucionado un montón desde que comenzó con la saga Bourne y que comparte con sus amigos George Clooney y Brad Pitt cierta preocupación por conectarse con la edad de oro hollywoodense –remitiéndose al relato hitchcokiano-, aquí interpreta al ciudadano estadounidense que a pesar de su cercanía al poder no deja de querer ver las cosas de manera idealista. En cuento a Emily Blunt, no sólo es hermosa, sino que tiene además una gran presencia y magnetismo, es graciosa y conmovedora por igual, y ayuda a construir un atractivo.

Es cierto también que las imperfecciones de Agentes del destino son evidentes. No sólo se perciben cuando la cinta quiere ponerse seria y trascender la trama romántica, sino también en la narración de la construcción de la pareja, donde hay una vuelta de tuerca extra en el medio del metraje que empantana la fluidez de lo que se está contando, agregando unos quince a veinte minutos que no aportan mucho en verdad. Asimismo, el final también podría ser visto como complaciente, como esquivo a determinadas construcciones que deberían conducir a los personajes hacia otro desenlace.

Pero aún así, Agentes del destino no deja de ser otra muestra de lo cinematográfica que puede ser la obra de Phillip K. Dick y cómo se amolda a las variantes genéricas de Hollywood. En este caso, el drama romántico más elemental, que sigue probando ser efectivo.