Los adioses

Crítica de Rodrigo Chavero - El Espectador Avezado

Me costó, desde lo emocional, "Los adioses". No desde un enfoque cinematográfico, desde ya. Posee una carga de vida tan fuerte, compleja y corpórea que estremece. A muchos de nosotros nos ha tocado de cerca perder a un ser querido aquejado por una enfermedad terminal y sabemos todo lo que ello conlleva.
"Los adioses" ofrece esa carga de energía ambivalente, (Eros versus Tantatos) en un marco donde se muestra una estrategia de abordaje de la etapa final de la vida de quienes se despiden físicamente de este mundo. Hay un espacio increíble (realmente desde este país subdesarrollado que somos, es una aspiración tener lugares así), donde los enfermos en su etapa final, van a transitar sus últimos momentos (habitualmente el promedio es de tres semanas allí) : la casa Michel -Sarrazin en Quebec (Canadá), donde el acceso es gratuito y financiado por el Estado y aportantes privados.
Allí, se les da a quienes llegan a la maison, un tratamiento que maravilla de sólo pensarlo. Se cuida a los enfermos con tanto amor, que todo lo que pueda hacer para que su estancia sea placentera, se hace. Todo. Desde salir al aire libre a disfrutar del descanso, a recibir servicios de peluquería, a pasar por baños de inmersión, fumar, comer algo delicioso... Se busca que esos instantes sean únicos, plenos y que devuelvan la dignidad que la crueldad de sus afecciones les ha quitado, en muchos casos.
Caroline Laganiere es una cineasta interesada en la muerte, y la toma con respeto pero a la vez, elige contrastar con impresiones potentes, su apego por la vida. Junto con la también directora, Franca González ("Al fin del mundo), esta vez en rol de coproductora y responsable de la fotografía, se adentran en las emociones que se dan en este hogar, justo momentos antes de la partida material. No hay un relato que invite al desasosiego, a lo triste. No. Hay un compromiso de los cuidadores y médicos por dotar de calidad a ese momento crucial de la vida y el espectador asiste a ese relato, con el pecho inflado de emociones mezcladas.
Las preguntas surgen solas... ¿Por qué no intentar replicar la experiencia aquí? ¿Por qué no replantearnos cómo asistir no sólo a quienes están afectados por una enfermedad terminal en sus últimos días sino acompañar a sus familias de manera efectiva y concreta? ¿Cuáles serían las estrategias que un sistema de salud podría destinar para construir este tipo de dispositivos en nuestro país?
Laganiere acierta en la elección del tema y en el enfoque y si bien es un tema duro (siempre la muerte lo es) para adentrarse, lo cierto es que no somos inmunes a su problemática (¿quién no conoce a alguien que hay pasado por esta experiencia, aunque sea, a través de conocidos o terceros?) y es correcta la iniciativa no sólo del retrato, sino de los interrogantes que plantea para el campo de la atención de este tipo de pacientes. El debate se instala y estamos listos para él: ¿o acaso no queremos lo mejor para nuestros seres queridos siempre, incluso en sus horas más difíciles?