Locos por los votos

Crítica de Diego Batlle - Otros Cines

A mitad de camino

¿El vaso medio vacío o medio lleno? ¿Con cuál quedarse? Que se estrene una comedia con Will Ferrell producida por Adam McKay es, sin dudas, una muy buena noticia para este dúo que no ha tenido demasiada suerte en el circuito comercial argentino pese a sus notables aportes. Sin embargo, pese a que tiene algunos pasajes logrados y un puñado de observaciones impiadosas y punzantes respecto del estado de las cosas en la política norteamericana contemporánea, se trata de un film decididamente menor dentro de la filmografía del gran Will.

Jay Roach -quien ya había incursionado con éxito en la sátira con la trilogía de Austin Powers y en el cine político de denuncia con los telefilms de HBO Recount y Game Change- construye una película que se queda en todos los terrenos a “medio” camino: es medianamente divertida, medianamente incorrecta, medianamente eficaz.

Ferrell es Cam Brady, un demócrata a-lo-John Edwards que va por su quinto periodo en el congreso por un distrito de Carolina del Norte pese a sus escándalos sexuales y excesos varios; y Zach Galifianakis es Marty Huggins, un agente de turismo sin ninguna experiencia en política que se convierte en el contrincante republicano a-lo-Newt Gingrich. En el trasfondo aparecen dos lobbystas multimillonarios (Dan Aykroyd y John Lithgow) que manipulan a los candidatos para imponer negocios sucios con China.

La película -que cuenta con la participación de algunos reconocidos periodistas de grandes medios estadounidenses- nunca va más allá de lo esperable (OK, Cam le pega a un bebé y a un perro), de una superficialidad que por momentos se disfruta, pero que deja una sensación de cierta insatisfacción, de que la cosa podría haber ido más allá, haber sido más profunda, haber golpeado más ácidamente en el corazón de la podrida estructura política, justamente en un año eleccionario. Con Mitt Romney en campaña, Ferrell y Galifianakis jamás podrán resultar tan patéticos y ridículos en pantalla.