Lo habrás imaginado

Crítica de Pablo O. Scholz - Clarín

Hablar vagamente de corrupción y hacer alusión a los de arriba, poderes superiores que mueven los hilos; diseminar términos como femicidio, pedofilia, deep web, lavado de dinero; meter un par de escenas de sexo (justificadas o no, da lo mismo); incluir una explosión, un par de tiroteos y unas cuantas puteadas; no olvidar a un investigador torturado, transgresor, pero honesto, ni a un villano perverso, millonario, desagradable.

El guion de Lo habrás imaginado –autoría de Victoria Chaya Miranda, la directora- parece escrito siguiendo una receta del manual de lo que se supone debe ser un policial negro actual, sin saltearse ningún lugar común y dejando de lado cualquier atisbo de creatividad. La trama jamás funciona: el intento por construir algo complejo deriva en la confusión total. No sabemos bien cuál es la razón de ser de esos personajes, sus motivaciones, sus vínculos. Todo es una gran cáscara vacía que deriva en una parodia involuntaria.

Además, esa enrevesada conspiración es enunciada verbalmente, como si se tratara de un radioteatro. Se habla de fundaciones sospechosas, de cruces de fronteras, de conexiones internacionales, pero siempre desde el estatismo de escritorios o mesas de bares. Eso sí: como para teñir la cuestión de algo de realismo sucio, la oficina de los pesquisas está ubicada en una suerte de fábrica abandonada.

Lo peor llega con los intentos de darle un cariz de denuncia a la historia, con burdos parlamentos que intentan traernos ecos de la “realidad” argentina. “Somos un país de mierda, nos matan nuestros pibes, nos matan nuestras mujeres” o “Las mujeres estamos preparadas para morir, crecemos preparadas para ese destino”, dicen dos de los personajes.

La manipulación emocional se completa con la representación del abuso sexual de una menor mediante animaciones completamente descolocadas. Así y todo, son preferibles al dolor que produce ver a actores de trayectoria (Carlos Portaluppi, Osmar Núñez, Mario Pasik) luchando durante una hora y media contra líneas de diálogo imposibles y situaciones de una artificialidad irremontable.