Lluvia de hamburguesas 2

Crítica de Diego Batlle - La Nación

Lluvia de hamburguesas fue hace cuatro años no sólo un inmenso éxito comercial, sino también una gran sorpresa artística (tanto a nivel de inventiva visual como de irreverencia narrativa). La secuela, por lo tanto, era inevitable en una industria como la de Hollywood -y más aún en el negocio de la animación-, siempre proclive a explotar sagas que funcionan bien en ambos terrenos.

Ya sin Phil Lord ni Chris Miller en la dirección (optaron por incursionar en la ficción con Comando especial y regresar luego a la animación con la inminente Lego: La gran aventura ), esta segunda entrega encuentra a dos realizadores sin tanto renombre (Cody Cameron y Kris Pearn), aunque con un resultado final más que digno.

Este nuevo film arranca exactamente donde había terminado el anterior. Luego de la devastadora tormenta de alimentos que arrasó la isla Swallow Falls, llega al lugar el famoso inventor Chester V con la excusa de que la corporación de su propiedad está encargada de limpiar el lugar. El veterano científico quiere, en verdad, quedarse con el Súper Duplicador de Comida Dinámico Mutante Diatómico que el joven y entusiasta protagonista, Flint Lockwood, creó en la primera entrega. Chester -el malvado de turno- engaña a Flint convocándolo para trabajar en un laboratorio que reúne a las mentes más brillantes del planeta. Flint, prototípico antihéroe lleno de inocencia y buenas intenciones, cree haber tocado el cielo con las manos, pero -claro- la decepción será dura cuando empiece a descubrir la trama oculta pergeñada por su hasta entonces ídolo. En la segunda parte (de esta segunda parte), Flint y sus amigos deberán regresar a la isla para asegurarse de que Chester no se haga del Súper Duplicador de Comida, pero allí tendrán que enfrentarse también con unas hambrientas y exóticas criaturas.

La película decae un poco en la mitad final, aunque las referencias al género de zombis y mutantes o a films como Jurassic Park, sumados a los graciosos monstruos (mezclas de comida con animales) y a una estética -entre colorida y lisérgica- que por momentos remite al clásico Submarino Amarillo terminan compensando cierta sensación de fatiga que puede generar la acumulación de desventuras y el vértigo en el que ingresan los múltiples personajes. En definitiva, y aun cuando no alcanza los picos creativos de la película original, estamos ante una secuela que no desentona. Y eso, en un mercado que muchas veces trabaja sus productos en serie, no es un logro menor.