Llámame por tu nombre

Crítica de Emiliano Fernández - Metacultura

El cortejo masculino

Y finalmente James Ivory regresó a las andadas, de manera indirecta pero volvió. La excelente Llámame por Tu Nombre (Call Me by Your Name, 2017) cuenta con un guión firmado por el veterano realizador de Un Amor en Florencia (A Room with a View, 1985), La Mansión Howard (Howards End, 1992) y Lo que Queda del Día (The Remains of the Day, 1993). Hablamos de su primer trabajo en ocho años, contados desde la interesante La Ciudad de Tu Destino Final (The City of Your Final Destination, 2009), y si bien la película que nos ocupa está dirigida por el italiano Luca Guadagnino, el tono que prevalece es indudablemente el que marcó la carrera del norteamericano, esa elegancia narrativa que suele combinar por un lado los dramas históricos y el estudio de personajes y por el otro alguna tragedia enigmática y los devaneos del corazón como ejes principales del relato. De hecho, todos los elementos enumerados resuenan al unísono en esta adaptación de la novela homónima del 2007 de André Aciman acerca del vínculo entre un precoz adolescente de 17 años y un huésped de su hogar familiar, alguien que se va imponiendo a pura fascinación.

En esencia el film es una historia de amor a la vieja usanza aunque sin esos estereotipos de siempre del séptimo arte que vienen a complicar/ arruinar las relaciones, como por ejemplo las hecatombes nacionales, los terceros en discordia, la resistencia de los clanes de turno, la incompatibilidad de caracteres, la inefable tendencia a la autodestrucción por parte de alguno de los involucrados, etc. Aquí se recupera la afición del cortejo en su máxima -y también mínima- expresión ya que lo que tenemos enfrente es ni más ni menos que el sutil acercamiento paulatino entre dos seres humanos vía la dialéctica de la curiosidad, el interés, la aproximación, el rechazo, el repliegue, el distanciamiento esperable, un segundo intento a regañadientes y -coqueteos ulteriores de por medio- el “contacto” propiamente dicho. Elio (Timothée Chalamet) es el muchacho en cuestión, un judío estadounidense amante de la música y los libros que en el verano de 1983 vive despreocupado en un lindo pueblito del norte de Italia junto a su padre, conocido como el Señor Perlman (Michael Stuhlbarg), un profesor de arqueología, y su bella madre Annella (Amira Casar), una políglota consumada.

La burbuja de la burguesía académica experimenta un sismo tenue con la llegada de Oliver (Armie Hammer), el beneficiario de aquel año de una práctica común de Perlman: cada doce meses el susodicho invita a un graduado reciente y ex estudiante suyo para pasar seis semanas en su casa de Italia durante el período estival para que lo ayude con una buena tanda de papeleo educativo y similares. Planteada la situación, la trama se sumerge en una lógica camuflada de flirteos e histeriqueos distantes que derivan en un romance apenas enrolado bajo el paraguas de “lo prohibido” porque los padres de Elio son profundamente respetuosos y el rol de otros potenciales amantes -en este caso, las mujeres que andan dando vueltas por ahí- se va desvaneciendo a medida que se solidifica la conexión entre ambos. De allí mismo se desprende la naturaleza cien por ciento masculina de la obra, ya que por un lado las féminas son descartadas con rapidez (los dos protagonistas inician sendas relaciones con chicas que pronto son excluidas porque dejan de cumplir su función como recursos para ejercer presión hacia la contraparte, con el objetivo de que por fin se decida) y por el otro lado aquí predomina la idiosincrasia de los muchachos, mucho más agresiva, cortante y lacónica (la verborragia y las fantasías idílicas de las mujeres poco y nada tienen que ver con ese clásico realismo sucio e hiper sincero de la fauna masculina).

Mediante un pulso narrativo detallista, sensual y delicadamente sosegado que le debe mucho a Bernardo Bertolucci, Pedro Almodóvar y al François Truffaut obsesionado con las odiseas románticas, Llámame por Tu Nombre saca provecho de dos cambios que introdujo Guadagnino con respecto al guión original de Ivory, centrados en suprimir la desnudez y el narrador en voice over: el primero se explica por una estrategia comercial para abrir los mercados conservadores actuales y de paso evitar arrimarnos a bodrios como La Vida de Adèle (La Vie d'Adèle, 2013), que responden a esquemas mecanizados y carentes de sensibilidad erótica, y el segundo factor obedece a la necesidad dramática de mantener la tensión y asegurar la sorpresa descartando el viejo -y a veces eficaz- artilugio del personaje que nos brinda una crónica de los acontecimientos de manera retrospectiva. A pesar de que el resto del andamiaje general se condice con las preocupaciones de siempre de Ivory, como dijimos con anterioridad, aun así asombra la exquisita ejecución del italiano a partir del material de base, asimismo marcando un quiebre para con sus opus previos, las correctas y no mucho más A Bigger Splash (2015) y El Amante (Io Sono l'Amore, 2009). Hasta las canciones que aportó Sufjan Stevens, un diletante del folk indie más agridulce y lánguido, calzan perfecto dentro del espíritu tierno y a la vez endurecido de la realización.

Al renunciar a la influencia destructora de terceros y a la persecución paterna, la película se transforma de a poco en una especie de poema bucólico de atracción enrevesada cuyo único límite es el margen de tiempo del que dispone Oliver para su visita, a lo que la trama tiene el buen tino de agregar un plus al concluir la estadía inicial, lo que fortalece un afecto que se homologa a la identificación recíproca del dúo, esa que retoma el título y que está relacionada con el pedido de Oliver a Elio de que en la intimidad se llamen el uno al otro por sus propios nombres, invirtiéndolos. Mientras numerosos ardides del melodrama se esfuman de golpe y la alegría del compartir momentos pasa al primer plano, también descubrimos la idoneidad interpretativa de Chalamet, a quien pudimos ver en Interestelar (Interstellar, 2014) y la reciente Lady Bird (2017), y de Hammer, aquel joven que se hizo famoso poniéndose en la piel de los mellizos Winklevoss en Red Social (The Social Network, 2010), un típico ejemplo del actor desperdiciado por Hollywood y condenado a mamarrachos gigantescos que no explotan ni un ápice de su potencialidad salvo excepciones/ anomalías como J. Edgar (2011), Animales Nocturnos (Nocturnal Animals, 2016) y sobre todo Free Fire (2016). El convite funciona como un retrato majestuoso de los rituales del corazón, sus hermosas insinuaciones, la pasión que nos acerca y nos aleja al prójimo, ese devenir coyuntural que nunca controlamos del todo y finalmente los recovecos de un deseo cuyo desarrollo está en consonancia con el deslumbramiento, uno que hoy por hoy evita los lugares comunes del coming of age y nos regala locaciones melancólicas que se acoplan con el poderío y la luminosidad de la crónica sentimental. Muy pocos films contemporáneos logran el nivel de perfección de Llámame por Tu Nombre, un trabajo notable que acompañará al espectador mucho tiempo después de finalizada la proyección…