Liv y Ingmar

Crítica de Guillermo Colantonio - Fancinema

De amor y otros demonios

“Esta es una historia de cinco décadas y dos amigos”. Con esta frase comienza Liv & Ingmar, el personal documental que toma como base el libro de Liv Ullman, Senderos. Una casa frente al lago en el presente activa la memoria (y también el olvido) e invoca a los espectros del pasado a partir del recuerdo de esta enorme actriz e incansable compañera de Ingmar Bergman, nada menos.

Los materiales serán principalmente los testimonios, las cartas que intercambiaban (una decisión fuerte que abre una puerta a la intimidad no siempre ética) y fragmentos de películas que acompañan el relato. Por la forma en que Akolkar ensambla palabras e imágenes, está claro que subyace la concepción de la obra fílmica de Bergman como un exorcismo de sus demonios interiores. Sin embargo, el punto de vista es el de Liv y el paso de los años le permite plasmar una mirada moderada frente a una relación que tuvo más de tormento que de tranquilidad. Pero, en definitiva, ¿cómo se construye un vínculo de amor en una pareja?, ¿qué determina que dos personas permanezcan juntas, cuáles son los móviles? Las respuestas pueden ser múltiples y Ullman ensaya, hasta poéticamente, diversos veredictos tales como “afrontar el drama de pelear cuando se sabe que uno no es bueno para el otro” o “amarse mundana e imperfectamente”. Y aquí está lo más jugoso del documental: que esta grandiosa mujer haga gala de su tono de voz, de la forma en que escoge sus palabras, de la manera en que mira perdidamente a través de la ventana. En este sentido, se debe reconocer que hablar a cámara es también un arte.

Dividida en capítulos cuyos títulos remiten a sentimientos (amor, soledad, dolor, anhelo, amistad), Liv & Ingmar respeta un orden cronológico tanto en el itinerario personal como profesional de la pareja. Se inicia con Persona (1966) y finaliza con Saraband (2003). Más allá de un empalagoso piano y una secuencia final evitable, el relato de la actriz regala hermosas frases donde los límites entre la experiencia de vida y de rodaje parecen difuminarse (“Cuando me miró con la cámara supe que me había reconocido”, “Lo dejé todo en mis películas”). La evocación es una forma de catarsis que no excluye lo poético y por supuesto, menos, la gigantesca sombra de Bergman. ¿Qué se esconde detrás de una imagen de este hombre flaco, con gorra, riendo? ¿Cómo se conectan las expresiones de Liv con esos archivos? El documental parece ponernos a prueba frente a ello. “Me causa molestia que siempre me pregunten por Ingmar” confiesa, pero su enorme testimonio confirma la misma imposibilidad. Los fantasmas son así.