Liv y Ingmar

Crítica de Emiliano Fernández - A Sala Llena

La dignidad maltrecha del amor.

En el contexto cinematográfico contemporáneo la influencia de Ingmar Bergman bordea el cero, circunstancia que se extiende a todo el espectro del séptimo arte y que hace explícita la uniformidad/ pauperización estilística reinante, más allá de la lectura que cada espectador pueda llevar a cabo de la obra del sueco. Mientras que el entorno (cineastas/ crítica/ público) sigue obsesionado con el fetichismo tecnológico y un formalismo cada vez más inconducente y desabrido, la dimensión del contenido continúa vaciándose a medida que las trivialidades adquieren protagonismo (no sólo hablamos de Hollywood o el circuito festivalero, sino también de las sandeces que suele escribir la prensa gráfica, por ejemplo).

Así las cosas, el signo de los tiempos -en términos prácticos- parece condenarnos a la lógica de la excepción, siempre a la espera de ese opus individual que nos rescate por un momento del tedio. Liv & Ingmar (2012) funciona como un ejercicio de memoria sencillo y muy necesario en los días que corren: la ópera prima de Dheeraj Akolkar utiliza el “cerco” del documental expositivo para analizar la relación entre el director y su principal musa, la enorme Liv Ullmann. Fusionando ambas perspectivas, y poniendo el acento en las palabras de la hoy mítica septuagenaria, el convite traza un paneo en primera persona por las idas y vueltas de un vínculo que se extendió por cinco décadas y abarcó una decena de películas.

Desde el inicio queda claro que Akolkar se propone tomar prestado el tono existencialista del propio Bergman para combinarlo con una fuerte carga de melancolía, producto tanto de los recuerdos de la pasión (reconvertida luego en amistad) como de los años transcurridos a partir de la muerte del susodicho en 2007 (aquí prevalece el karma de la experiencia irrepetible, con sus pros y sus contras). El guión -a su vez- incluye pasajes de Changing, la autobiografía de Ullmann de 1977, extractos de las cartas de la pareja, y fragmentos de Linterna Mágica, el primer volumen de las memorias del realizador, de 1988. El planteo narrativo de índole claustrofóbica se condice con el aislamiento que caracterizó al enlace.

Si bien documentales sobre Bergman hay muchísimos, la mayoría reduce su accionar al esquema del retrato humanizador/ intimista o al “detrás de cámaras”, en consonancia con el material de archivo que se descubrió durante los últimas décadas. El aporte más interesante de Liv & Ingmar radica en la profundización de la dimensión romántica, el doble carácter a nivel amoroso: la aventura extramatrimonial de ambos, esa que se alargó a un lustro y de la que surgió una hija, es vista a través de capítulos que siguen el típico derrotero de casi cualquier relación, con una primera parte idealista (Ingmar era “sabio y estimulante”, a ojos de Liv) y una segunda mitad plagada de conflictos (de golpe muta en “vanidoso y egoísta”).

Para fortuna del espectador, Akolkar no se muestra obsecuente con los protagonistas y trae a colación episodios de variada naturaleza, no todos felices. El film establece un constante contrapunto entre la voz y el rostro de Ullmann (la entrevista de turno resulta muy jugosa) y las tomas actuales de la legendaria Isla de Fårö (donde Bergman vivió y rodó muchos de sus clásicos), recortando también escenas específicas de trabajos como Persona (1966), Vergüenza (Skammen, 1968), Gritos y Susurros (Viskningar och Rop, 1972) y Sonata de Otoño (Höstsonaten, 1978). Como cabía esperar, la depresión y las inseguridades en lo que hace a la dignidad maltrecha del amor constituyen el eje de una obra amena e inteligente…