Lincoln

Crítica de Pablo O. Scholz - Clarín

Con la espada y la palabra

Un Daniel Day-Lewis estupendo compone al ex presidente.

La palabra pesa aquí más que la imagen, algo poco o nunca visto con tanta gravitación en la disímil filmografía del director de ET y La lista de Schidler. Lincoln, estadista pero también pragmático, fue un político de raza. Un abogado capaz de encontrar cualquier doblez para alcanzar el propósito buscado, deba ser sutil o arbitrario, jugar a dos puntas, ser un gran orador, envolver a su audiencia, escuchar al pueblo y hacer alguna pequeña o gran trampa para obtener su objetivo mayor: unir a la nación dividida en la Guerra de Secesión entre el Norte y el Sur, y lograr lo imposible: la famosa Enmienda 13 a la Constitución de su país, aboliendo la esclavitud, en 1865.

No es nuevo: Spielberg ha sabido ser patriota -en Rescatando al soldado Ryan- y tomar el tema de la esclavitud, con El color púrpura, su primer filme serio, y Amistad.

El guión nos revela a un Lincoln lejos de la edición Billiken y más humano, en su relación con su gabinete y con su familia. Spielberg presenta a Lincoln de casa al trabajo y del trabajo a casa. El secretario de estado William Seward (David Strathairn) le avisa: o termina la guerra o se deroga la esclavitud. Una cosa o la otra. Lincoln quiere todo.

¿Es ésta una película de Spielberg? Sí, por su nervio, su generación de suspenso, pero como sucede en las películas que protagoniza, es una película de Daniel Day-Lewis. El londinense se fagocita todo lo que lo circunda -actuaciones, guión- hasta apropiarse por entero de la pantalla. Dirigir a Day-Lewis es un riesgo para los directores. Puede hacer pesar más su interpretación -o su papel- que el relato mismo. Pero en este retrato de un líder, Spielberg está ante, más que una historia, una manera de relatar diferente en su estilo. Y confió en su intérprete por las características antes marcadas del filme. No lo hubiera llamado para protagonizar Minority Report, ni Indiana Jones. No es un actor alla Spielberg, como Cruise o Ford.

La estructura de la película también es extraña a Spielberg.

Lincoln es un filme en todo caso interno, de interiores -de la Casa Blanca-, de diálogos y monólogos o soliloquios, sin dejar espacio a la espectacularidad ni los efectos especiales con los que Spielberg se pudo tentar y que apenas utiliza en las escasas escenas de guerra. Están Lincoln con su familia, o con el Gabinete, y los debates en el Congreso, y como nexo un trío de lobbistas que harán lo necesario -dar empleo, facilitar cosas, sea lo que sea- para conseguir esos votos esquivos. La cámara va de un núcleo narrativo a otro, pero siempre el mayor atractivo -no importa el suspenso en cada debate parlamentario- surge cuando emerge Lincoln. Spielberg lo puede mostrar dialogando con empleados, deambulando por una Casa Blanca nocturnal, a solas, casi como un fantasma. O hacerlo contar anécdotas y comprarse a su audiencia.

La iluminación es de tonos ocres, reforzando los interiores, pero ni la fotografía. ni la música de John Williams emergen sobre el resto. Si hay algo que Spielberg nunca ha podido mejorar es la construcción de sus personajes -son de una sola coloratura, no tienen ambigüedades- y la posterior dirección de sus actores. Eso que le viene de maravillas en el cine de acción, en un drama como éste no le iba a jugar a favor. Y si se observa a los personajes que encarnan Tommy Lee Jones, Sally Field y James Spader, notarán que así como se los presenta en su primera toma, seguirán a lo largo del metraje. Podrán actuarlos de manera soberbia, pero sus personajes son unívocos, a excepción del Lincoln de Day-Lewis.